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Un fantasma recorre Europa

11 de Diciembre del 2015 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijon)

En el año 2000, con motivo de las elecciones generales en Austria y como consecuencia de la voluntad expresada por los austriacos en las urnas, se incorporaba por primera vez al Gobierno en coalición con la derecha un partido de extrema derecha, el FPÖ, que metió el miedo en el cuerpo a la Europa democrática nacida después de la Segunda Guerra Mundial.

Desde entonces, la extrema derecha ha ido creciendo precisamente en aquellos países que sufrieron las garras del nazismo o del estalinismo (Gran Bretaña, Francia, Dinamarca, Holanda, Hungría, Polonia, Grecia).

Hoy la extrema derecha (o sus variantes denominadas eufemísticamente derecha extrema) está presente en los parlamentos de varios países europeos y en el mismísimo Parlamento europeo, expandiendo el odio al inmigrante, el odio al diferente y condicionando el desarrollo de políticas sociales que se requieren para avanzar en la construcción de la Europa social.

Los resultados de la primera vuelta de las pasadas elecciones regionales francesas, con un Frente Nacional eufórico que puede llegar a gobernar en seis de las trece regiones francesas, no pueden ser calificadas de elecciones menores por tratarse de elecciones regionales, creyendo que el comportamiento del cuerpo electoral en las legislativas o presidenciales será distinto. Lo relevante de estas elecciones es que uno de cada tres ha votado por la extrema derecha. Lo relevante es que el 48 por ciento de los obreros lo ha hecho por el partido xenófobo. Lo relevante es que entre los jóvenes de 18 a 30 años el Frente Nacional es mayoritario y que, hoy por hoy, los nichos de voto de la extrema derecha se sitúan en los barrios marginales y de clase trabajadora, es decir, en los antiguos feudos del Partido Comunista. Marie Le Pen está eufórica y ya prepara el asalto al Elíseo en 2017. No es nada descabellado, tiene en este momento ya el 27 por ciento del voto de los franceses. Si esto está ocurriendo en el país de la liberté, égalité, fraternité, se imaginan lo que pronto ocurrirá en Hungría, Polonia, Lituania.

Alemania, 1919-1933. En 1919 Adolf Hitler funda el Partido Nacional-socialista de base obrera aprovechando el descontento social y el empobrecimiento de la sociedad alemana.

En 1928 el Partido Nazi logra un modesto 2,6 por ciento de los votos.

El "crack" de la Bolsa de Nueva York de 1929 y el comienzo de la Gran Depresión, con sus secuelas de desempleo y empobrecimiento, golpean fuertemente a Europa, ahondando el malestar social en Alemania.

En 1930 se convocan elecciones al Reichtag y el Partido Nazi obtiene el 18 por ciento de los votos y se convierte en la segunda fuerza parlamentaria.

En 1932 el nacional-socialismo obtiene el 37 por ciento de los votos. Votos procedentes de las capas menos favorecidas, de obreros exvotantes del Partido Comunista y de las clases medias empobrecidas.

El 30 de enero de 1933 Hitler accede al poder como canciller, siendo éste el primer acto de la tragedia que sacudiría primero a Alemania, enseguida a Europa y dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial.

Si hacemos cierto el principio de que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla, convendría señalar que no necesariamente de la misma forma o con los mismo efectos. No creo que se construyan campos de extermino u hornos crematorios, ni siquiera que se desate la tercera guerra mundial. Ya no es necesario.

Lo que sí ocurrirá es que Europa dejará de existir como modelo de bienestar, como modelo de acogida y refugio, volveremos a los estados-nación, dando fin a la solidaridad y manteniendo, eso sí, la Europa del mercado (tan deseada por los británicos euroescépticos), pero no la Europa de los ciudadanos, donde triunfarán los partidos que más seguridad ofrezcan y donde el ejercicio de la libertad no será especialmente demandado. El "espacio Schengen" dejará de existir, al menos como lo conocemos hoy, y el sueño de los "padres" de una Europa unida (Adenauer, Monnet, Schuman, Gasperi) se habrá quedado en eso, en un sueño.

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