Solos en Navidad

19 de Diciembre del 2015 - Raquel Ortega Suárez (Oviedo)

Me dirijo a vosotros: a los que estáis solos y, sobre todo, a los que os sentís solos. A los que han dejado en el camino a sus seres queridos y principalmente a los que teniendo gente a la que ama, se siente relegado e incluso despreciado.

Seguramente, alguna vez volvéis la vista atrás recordando vuestra niñez, cuando los abuelos formaban parte de la jerarquía familiar. Cuando los abuelos eran queridos, respetados y cuidados porque se entendía que habían gastado sus energías sacando adelante a su prole y justo era que en su vejez pudieran sentirse seguros y apoyados por sus descendientes.

¿Os acordáis de aquellas Navidades, cuando erais niños? No existía la televisión y mucho menos los malditos móviles, con sus múltiples aplicaciones. Nos mirábamos a los ojos, hablábamos, reíamos, entonábamos canciones acompañados por el compás que marcaban los abuelos con aquella característica botella de anís y un cuchillo. No existían árboles de Navidad, ni falta que hacían. Los alimentos eran escasos y humildes, pero ¡qué bien sabían!, porque estaban sazonados con la alegría de compartir y con amor.

Ahora los viejos no tenemos más valor que el de unos criados sin sueldo a quienes exprimen obligándoles, mediante chantaje emocional, a agotar las pocas energías que les quedan, sacando adelante a los nietos mientras ellos crecen profesionalmente e, incluso, se van de viaje, se divierten, porque, como ellos dicen, están en la edad o tienen que relajarse del estrés laboral, y tú, por amor, fuerzas la máquina, arrastras los achaques y das un paso más hacia el fin.

Otros simplemente son apartados como trastos inservibles, esperando que la parca venga con la guadaña y los arranque de sus vidas. Nadie los visita. Están y se sienten realmente solos, pero, a pesar de ello, tratan de apartar un euro de su mísera pensión para dejar algo a sus hijos, mientras ellos esperan con impaciencia que dejes de existir para abalanzarse cual buitres sobre los pocos despojos que puedas dejar, y tú te sientes culpable. ¿Qué hice mal? ¿Por qué no me quieren?, y estas preguntas te destrozan el alma.

Pues bien, esta Navidad me compraré una botella de vino, moderadamente bueno, y brindaré por todos vosotros y por mí. Sacaré el lado más cínico de mí misma y me diré: ¿sola? Y qué, cenaré lo que pueda, a la hora que quiera, no soportaré el discurso del Rey ni los programas enlatados. Me iré a la cama cuando me apetezca y, sí, lloraré lo que me dé la gana y recordaré los versos de Omar Khayyam: " ...¿Qué es la vida? / Un bien que yo no elegí / y que devolveré con indiferencia".

Levanto mi copa, ¡por vosotros! ¡Feliz Navidad!

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