El principio de todo pecado es la soberbia (Ecles. 10,15)
Lunes 17 de diciembre de 2015. Una famlia compungida llama con premura (9 de la mañana) a un grupo de música de cámara para que acompañe el funeral de una pariente querida y cercana a la hora del Ángelus en la Basílica de San Juan el Real de Oviedo. A las 11 y 40, tras muchas prisas y mucha voluntad, las músicas se presentan al sacerdote que va a oficiar la misa solemne para ponerse de acuerdo con él en la música más adecuada, los momentos propicios,... El hombre de Dios, seguidor de aquel a quien llamaban Jesús, les dice que en ese recinto se oye "exclusivamente" la música del organista titular (bajo el debido justiprecio, parte del cual redundará en el bolsillo del humilde servidor del Señor, obviamente para obras pías, sacras y humanitarias). Tras el desacuerdo inicial, el calor del intercambio de palabras va en aumento y el paciente seguidor del "amaos los unos a los otros" expulsa a las fariseas, a las irredentas pecadoras del suelo consagrado como el mismo Cristo de seguro habría hecho (comía con prostituas y cobradores de impuestos, eso es sabido, pero se sabe menos que detestaba a los músicos; si eran mujeres más). Las expulsadas acuden al arzobispado donde les explican que no hay ninguna norma que impida tocar música en un recinto eclesial, siempre que se haga con el respeto y la mesura debidas. Los familiares de la difunta, elegantes y señoriales, muy disgustados por lo acontecido, se ofrecieron a abonar igualmente sus servicios al grupo musical. Las músicas recharazon el detalle, pero lo agradecieron vivamente.
Y así, poco a poco, se va forjando la leyenda que todos conocemos en torno a ese muy exclusivo y más que selecto templo ovetense.
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