La sorprendente Asturias en un solsticio extraño
Recorrer estos días casi otoñales -inicio del invierno- la región asturiana es envolverse en un halo de misterio, magia, historia, etnografía, antropología y belleza cautivadora. Es una estación, este otoño de solsticio, cargada de fuerza espiritual, de transición, de ambiente gastronómico, de fiesta familiar, de esfoyazas, de castañas y sidra dulce, de setas, de mañanas limpias y tardes agridulces, de Navidad, de camaradería y de temperaturas anómalas.
En cada rincón de esta vieja tierra surge ese sorprendente detalle que llama la atención del viajero; en ese pueblo perdido y atado a la montaña aparece la verdadera realidad de la Asturias rural con todos sus gustos y disgustos. Un paisaje con el toque verde y multicolor de esos bosques animados, esas sempiternas praderías, esa atalaya de la rasa costera con sus cantiles y sus roquedos alineados con el mar de fondo abierto y descarado, el amplio panorama de la cordillera Cantábrica con los Picos de Europa, el Tiatordos, el Vízcares o la Peñamayor, de majestuosa delimitación entre concejos amigables. Esa sierra del Sueve noble y visitada, esos sosegados arenales alejados del mundanal ruido estival, esos valles encajonados y bucólicos que reflejan fehacientemente el significado natural de este territorio septentrión, aguerrido y solidario. Todo este entramado geofísico es la verdadera faz de una comunidad pegada a sus sentimientos, a su razón de ser, a su desgastada figura, a sus sufridos momentos, a su evolución, a su trayectoria. Asturias sigue ahí anclada en su pasión de heroína esforzada e incomprendida, siempre agradecida por su belleza omnipresente y su galanura otoñal-invernal y sentida.
Es otoño avanzado y raro, esa seronda acogida al solsticio invernal tan nuestra que dibuja aconteceres fugaces y nos habla de una estampa de excitación y afecto. Y en la huella marcada del viaje se observa este momento del calendario, esa mirada al horizonte con los montes adornados de foresta colorista y las aldeas rodeadas de calor y madera, mientras algunos paisanos hacen quemas de renovación del terreno y otros en abierto alderique exponen sus cuitas y parlamentan del próximo invierno en trance de llegar. Y es que en cada espacio, paraje o andurrial surge esa sorpresa, esa ocasión inesperada. Los hombres seguían a sus anchas con un trasfondo de chorizo casero y botella de vino tinto. La tranquilidad y el placer aldeano se dejaban notar sólo rotos por las obras avanzadas y movidas de lo que será uno de los complejos hosteleros más renombrados de la cornisa Cantábrica. Y en un lugar de recinto y situación con el Fito como reseña está el poblado de Cofiño, en ese Parres oriental de culinaria, selleros y piraguas. Es otoño prolongado y con estas fechas el gran descubrimiento de hallar un montaje soberbio de hotelería y acción empresarial. Ese pueblo astur enganchado a la montaña y casi perdido por ahora por la falta de señalización adecuada. Mañana o un día de estos, cuando las primeras nieves hagan su presencia en los altos, este escenario de ambiente, negocio, relax y diversión comenzará con su danza mexicana y gaita asturiana para ofertar la suntuosidad y el esplendor de la obra bien hecha.
Subtítulo: La belleza omnipresente de la región en el tiempo que va del otoño al invierno
Destacado: Y los pueblos asturianos, esos de raigambre y tradición, cada día están mejor conservados y son un ejemplo de su historia atávica y pasatiempo de fin de semana
Aquí en estos rincones de la Asturias rural el empresario de Amieva Antón Puente y sus apoyos mexicanos con raíces cabraliegas verán la vida y convertirán Cofiño en un lugar de referencia en el ámbito de la hostelería más avanzada. Es la sorpresa de un otoño-invierno caliente y castañero, de un otoño-invierno que con los días marcados los descubrimientos en esta tierra de caminos imposibles y envidias encontradas va avanzando con paso lento, pero firme y directo.
Y los pueblos asturianos, esos de raigambre y tradición, cada día están mejor conservados y son un ejemplo de su historia atávica y pasatiempo de fin de semana. Y en esa belleza y cuidado está la grata sorpresa del otoño-invierno viajero.
Y ejemplos los tenemos próximos como Bueño, en Ribera de Arriba, sitio cercano a Oviedo, "Pueblo ejemplar" y un término presto para la cultura, la música y el divertimento con grupos de hórreos para el conocimiento etnográfico y notables casas rurales para el alojamiento exigente y novedoso, tanto de locales como de foráneos. Y acudir a Bueño siempre es un ejercicio grato y preñado de pasmo y admiración. Su Festival de jazz internacional, sus fados y su pintura al aire libre dicen mucho de un entorno amigable con la acción cultural y el entusiasmo por montera. Lo mismo que Caleao, en el Parque Natural de Redes. Caserío sujeto a la peña caliza y rodeado por los puertos de Contorgán y los montes casinos. En este tiempo de seronda de solsticio, una visita amistosa por el pueblo, famoso por sus excelentes cazadores, o un recorrido montañero por sus innumerables rutas, los Arrudos una de ellas, siempre será una actividad a tener en cuenta, un festejo visual como pocos y seguro que dotada de muchas sorpresas agradables.
Y otra sorpresa distinta y admirable es acercarse a tierras de los Oscos, y en Santa Eulalia dejarse llevar por el ambiente propio de estos antañones enclaves y otear la historia pasada y presente de sus mazos, sus ríos y esas ferrerías de nostalgia, trabajo y mercado. En ese tránsito viajero una aproximación obligada es refugiarse en la atrayente cascada Semeira entre chopos, robles y foresta diversa para concluir en Casa Pedro, rincón apto para conocer de cerca la insuperable cocina de esta paciente tierra suroccidental. Y es que el otoño invernal y en Asturias la grata sorpresa y los felices descubrimientos para el nuevo turismo dan para mucho. Sólo esa negra sombra de los últimos incendios en el occidente regional, que dejaron lamentos, preocupaciones, catástrofe y deforestación en un paraíso natural que se desmorona bajo el sentimiento de la indiferencia…
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