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En defensa de los mineros

22 de Octubre del 2009 - Senén González Ramírez (Tineo)

En primer término, deseo hacer constar mi no afiliación a ningún partido político. Esto, unido a la humilde independencia que disfruto y a mi manera de ser, quiero pensar que me deja la pluma libre para escribir imparcialmente, como se debe escribir la historia, lo que ocurre en el diario trajín de la vida, en cualquier aspecto. Y, dicho esto, empezaré con lo que importa en este escrito.

Soy lector asiduo de LA NUEVA ESPAÑA desde hace bastantes años. Y como tal también leo los escritos de opinión que el señor Neira, día tras día, nos ofrece en sus «Cien líneas». En honor a la verdad tengo que manifestar que pocas son las veces, muy mermadas o en contadas ocasiones en las que coincido con este señor, en sus trasnochadas y embestidoras crónicas. De todas ellas tan sólo me voy a referir a la del pasado domingo día 4 y que, bajo el título «Golpes y ecos», arremete de nuevo contra los de siempre (léase mineros), de cuyo colectivo también yo formé parte durante bastantes años, por lo que les puedo asegurar a ustedes que trabajar en el interior de una mina no es tomar «culinos» de sidra por Oviedo, en busca del establecimiento que ofrezca el más suculento «pinchín de babero», para luego ponderarlo en la prensa, y volver de nuevo al siguiente día al ataque gastronómico por la calle Gascona.

La mina es mucho más que todo eso. Es un mundo que hay que vivirlo, tocarlo e incluso quererlo. No se me olvida una frase del ingeniero don Ramón Madera, director general de explotación y desarrollo de Hunosa, a los medios de comunicación, cuando, a raíz de un monumental y desgraciado accidente ocurrido el 1 de septiembre de 1995, en el pozo San Nicolás, provocado por una explosión de grisú, que cercenaba la vida a catorce infelices. Diez de las víctimas eran mineros de la empresa estatal, y las otras cuatro, trabajadores checos pertenecientes a una empresa subcontratada. Sólo dos de los mineros que trabajaban en la galería sobrevivieron a esta catástrofe, la más grave ocurrida en las minas de Asturias en los últimos cuarenta y seis años, y que este señor, al explicar a la empresa los pormenores de aquella hecatombe, cerraba su intervención diciendo: «... la mina es como una mala querida; cuanto más daño nos hace, más la queremos».

Efectivamente eso ocurre en ese mundo lúgubre y «enganchador» de las minas. Algo totalmente desconocido para los que no han tenido que bajar a ella a ganarse el sustento, y palidecer y horrorizarse cuando a tu lado ves morir aplastado por un costero a un compañero. O cuando, sencillamente, los que «mandan» te piden que realices labores jugándote la vida, a veces por aprovechar cuatro piedras de carbón.

No, señor Neira, no somos seres de otro planeta. Lo que usted en su artículo llama «golpe de Estado» no fue tal, sino una revolución con todas las consecuencias. Provocada por una permanente situación de injusticia social. No defienda tanto a los poderosos ni se ponga de su lado constantemente. Porque eso es muy fácil. Ni siempre trate a los «otros» como los malos de la película. Ya está bien de tanto resentimiento y encono como vierte en sus artículos casi día a día.

Si bien es cierto que cuando se rompe el equilibrio social y las cosas se salen de madre, los desmanes proliferan por doquier. Es cierto que los mineros saquearon los caudales de la caja fuerte del Banco de España, capitaneados por Ramón González Peña, el llamado «generalísimo de la revolución», otra víctima de los desagravios y desprecios de una patronal explotadora y usurera. Porque aquel hombre, de hogar modestísimo, que a fuerza de un sacrificio sobrenatural, trabajando y estudiando, logró obtener el título de facultativo de Minas en la Escuela de Capataces de Mieres, nunca pudo ejercer su profesión de técnico porque los patronos dada su condición político social, no le contrataban.

¡Pobres infelices mineros!, toda aquella locura con la única y exclusiva pretensión de hacer un mundo mejor. Aún continuamos en busca del vellocino de oro, cuando en realidad eso que se hace llamar libertad, justicia social... en definitiva, pan para todos, jamás lo verá el hombre sobre la faz de la Tierra, tal como lo creyeron los liberales del año veinte del siglo XIX defendiendo la Constitución de 1814, frente a la tiranía de Fernando VII, el «Deseado» o Rey Felón, como se le conocía. Pero así son los ideales de cada uno, y así deben de ser respetados.

Volaron la Cámara Santa, por ignorancia y vertieron su rabia e impotencia contra los sacerdotes, algunos –como usted– al lado de los poderosos (todo lo contrario de lo que enseñan las sagradas escrituras), ya que para ellos ese santo lugar simbolizaba patrimonio de los ricos. Porque éstos también se creían –algunos aún lo piensan– que Dios tan sólo les pertenece a ellos. Pero ese ser supremo no es patente de nadie, todos somos iguales para él porque así nos lo muestra el evangelio.

La Revolución de Octubre en Asturias fue el prólogo de una tragedia que más tarde se desarrolló en un escenario de gran extensión, dando paso a través de un camino terrible, alfombrado por la imposición de las armas, con la consecuente sangría entre hermanos, a un calvario –no distingo entre calvarios de derechas ni de izquierdas– que se prolongó por espacio de cuarenta años (otros llevan cincuenta). Yo me pregunto: ¿habrá algo más inmoral que una guerra y quien la defiende?

Señor Neira, ya está bien de tanto resabio y de tanto desatino. Y no esté siempre restregando a los caros lectores crónicas que comienzan hablando de la ópera y finalizan... Los aprendices de adivino suelen tener mala prensa. Y así resulta que ocurre muchas veces leyéndole a usted que hoy augura una enorme calamidad, y pasado como no «acertó» el pronóstico, termina escribiendo aquello de: «donde dije digo y donde diego diego». Y así cualquiera.

Desde Tineo, con todo el respeto.

Senén González Ramírez,

Tineo

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