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Podemos viaja al centro, del rojo al amarillo

4 de Enero del 2016 - Casimiro Fernández Orviz (Grado)

Los últimos acontecimientos políticos en España, con la aparición de Ciudadanos y Podemos de manera fulgurante, me invitan a dar mi opinión por razones ideológicas. Me referiré a la formación que se autodefine como revolucionaria.

De entrada, hay una pregunta que considero necesaria: ¿cómo es posible que una organización de este tipo tenga horas durante semanas y meses en la programación de determinadas cadenas privadas? Como es sabido dichas cadenas son propiedad de conglomerados empresariales bancarios, y lógicamente sus dueños deberían silenciar estas opciones que teóricamente pueden dañar sus intereses económicos.

Hace unos meses decían: «El cielo no se gana por consenso, se gana por asalto». Hablaban de la casta política, de los parados, de las desigualdades que había que arreglar ya sí o sí, acabar con el régimen de 1978, no a la OTAN, no pagar la deuda, etcétera.

Se atribuyen la abdicación del anterior jefe del Estado, se consideran herederos únicos y universales del 15-M y de la izquierda que gobierna en Grecia, y últimamente dicen tener la solución al tema de Cataluña. Cuando el Mesías y sus mandarines hablan, sientan cátedra y tal parece que estamos en el año cero de la historia de España.

Pasa el tiempo, y los actos ya no son igual que las palabras. De adorar a Venezuela han pasado a preferir los sistemas escandinavos. Un alto cargo de su formación, Sergio Pascual, dice que hay que seguir en la OTAN, que ya se saldrá en su momento. Sus asambleas para enseñarnos a todos ya no son horizontales, se tratan por arriba, exactamente igual que el sindicato vertical.

Cuando les preguntan y no saben o no quieren contestar, hablan de miserias, de ricos y pobres y de que se hará «lo que la gente quiera». Dicen no ser de izquierdas ni de derechas, lo que trae a la memoria un diario asturiano ya desaparecido cuyo director siempre terminaba sus artículos con aquello de: «Ni comunista, ni capitalista, sino todo lo contrario».

Sus primeros días en el Ayuntamiento de Madrid han sido memorables: dos concejales en la picota. Dejando de lado sus actos que dan lugar a más o menos náuseas, según el estomago de cada cual, desde el punto sociopolítico se pueden considerar como aprendices de pequeños burgueses radicales ilustrados. Banca pública sí... pero no. Al parecer todo se compensará con el uso masivo de los transportes públicos y, especialmente, la bicicleta, que en ciertos ambientes políticos tiene mucho, mucho... glamour.

Y en ese afán pedagógico de enseñarnos a los que no sabemos, han inventado un nuevo concepto para añadir al ya largo glosario político: «programas sugerentes o sugerencias programáticas». También defienden el rescate a Grecia, de no pagar la deuda han pasado a justificar el atropello de los trabajadores griegos y su humillación por los poderosos. Y últimamente se han entrevistado con el patrón de la CEOE, y según la prensa todo ha sido fluido y al parecer ha habido cierta «comprensión». Y todo ello avalado, validado y bendecido por el Gran Timonel madrileño y su sóviet de profesores.

Estos movimientos no son nuevos y fueron o se dejaron absorber para el sistema capitalista. Mayo del 68, asociaciones de todo tipo, ecologistas, verdes alemanes, que una vez en el gobierno se fueron difuminando. Primaveras árabes, primaveras en el Este de Europa, el partido cinco estrellas en Italia y, en nuestro país, aquella ola que se denominó el cambio, y a la cual muchos «rojos» y también muchos «rojísimos» fueron arrimándose al sol que más calentaba, más o menos igual que ahora.

Los partidos políticos que se han alternado en el Gobierno de nuestro país están muy deteriorados por los escándalos de la corrupción; causas ya condenadas, otras en periodo de instrucción, otras ya prescritas, etc. El sistema puede estar apoyando a dos nuevas formaciones para intentar sanearlas lo más posible y salvar el bipartidismo, y si con esto no es suficiente se les liquida políticamente. Ya paso en Italia, la D. C. y el P. S., entre otros, estaban tan podridos que fueron borrados del mapa. Ahora hay nuevos partidos, pero el dinero y el poder están en las manos de siempre.

Saben bien lo que hacen, pues las élites dirigentes siempre se esfuerzan para dividir a las clases sociales, apoyándose en la nacionalidad, la religión, el deporte, los trabajos fijos o precarios, la generación, el estilo de vida, las preferencias culturales o el lugar de residencia. Y se ocupan de saturar el debate público para que estas polarizaciones constituyan nuevas identidades políticas que no presenten ningún peligro para el orden social.

Finalizo este escrito con el fragmento de un artículo publicado en un diario nacional por el escritor Arturo Pérez Reverte. No comparto su lenguaje, ni sus adjetivos calificativos, aún así lo reproduzco pues creo que viene al caso: «Cuando los últimos vínculos que unen a nuestra ruin tropa se aflojan del todo, y castellanos, catalanes, vascos, andaluces, inmigrantes y demás vayamos cada uno a nuestro aire, como realmente nos pide el cuerpo, solo habrá dos cosas que nos seguirán manteniendo unidos: el fútbol y los tontos del ciruelo que somos, o que podemos llegar a ser cuando la Historia, la sociedad, la tele o la moda de turno nos den la oportunidad. Que suelen dárnosla».

«Podemos viaja al centro, o al medio», como escribió José Saramago.

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