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Y en la tierra paz

29 de Diciembre del 2015 - Benigno Martínez-Fuego (Marcenado (Siero))

La Navidad no es lo que era. Y dentro de unos años, si lo llegamos a ver, pasará como con Semana Santa, que es ahora una ocasión para escapar de vacaciones. Si se pierde el sutil vínculo familiar que todavía nos ata a las vainicas del mantel de la abuela de la cena de Nochebuena.

Antes la Navidad comenzaba en la mañana del 22, primer día de vacaciones, y cuando los niños de San Ildefonso, con la música de fondo, cantaban la lotería, día también en el que se cometía el acto de la muerte del pitu de caleya, a los niños nos apartaban al otro lado de la casa para que no nos traumatizase la sangre del animal que durante muchos días había lanzado desde la oscuridad del canto diario.

Estamos ya en vísperas de la Navidad, de esa Navidad que en todos los pueblos de diferentes costumbres tiene el mismo significado, el nacimiento del niño Dios. Un pesebre espera para que repose el cuerpo divino, el cuerpo de ese Dios que todos crucificaremos por nuestros odios, nuestras soberbias, nuestro egoísmo y nuestras faltas de caridad. Va a nacer en Belén entre animales, con el calor de un buey y una mula. Su madre le mirará arrobada, como cualquier madre mira a su primer hijo, pero con la diferencia de que ese niño es Dios. Su padre traerá leñas secas para hacer fuego... pero no arderán porque les falta el amor del mundo. Los ángeles cantan al niño recién nacido. ¡Aleluya, aleluya! ¡Dios ha nacido en el portal de Belén! ¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!

Hace frío, mucho frío en las calles. Las gentes se apresuran y van de un lado para otro, se cruzan, sin apenas verse. Ya casi no hay luz en el cielo y las calles se cubren de sombras. Los niños repiten sin descanso esas estrofas de un villancico, que sin querer también nosotros tarareamos. «¡Esta noche es Nochebuena y mañana Navidad!». Sí. Esta noche es Nochebuena... En todos los rostros se adivina. Es como una marca celestial y la gente que antes nos parecía que corría sin verse, se saluda: «¡Felices Pascuas!», y siguen su camino presurosas. Paquetes y más paquetes se amontonan en las manos de los transeúntes, figuras para el Belén, turrones y mazapanes. La madre se afana en preparar los alimentos que, gracias a Dios, van a tomar esa noche. Y cada vuelta a la sartén es un «Hosanna en las alturas, bendito Tú que vienes en nombre del Señor». Las voces de los niños se oyen lejanas, los padres les ayudan a poner el Nacimiento, y todo es felicidad. En esta noche se olvidan todas las rencillas, todos los sinsabores y todas las penas. Navidades de personas que poseen hogar, que tienen ilusiones y tienen algo para gastar, pero acaso olvidamos lo más principal, que la Navidad es de todos, no sólo privilegio de los que pueden. ¿Habéis pensado en los miles de niños que en esa noche pasarán frío y hambre? ¿Habéis pensado en los que huyen de un país hambriento en una embarcación y mueren de hipotermia en las aguas, cuando su patera es interceptada? ¿Habéis pensado en esas madres que darán a luz en esa noche y no tendrán con qué tapar a sus niños...?

Si fuésemos capaces de recorrer esos lugares en que las personas viven en chabolas, llenas de miseria, soledad, abandono, hambre y guerras, injusticia y explotación, odio y egoísmo, y viésemos a esos niños que con toda la ilusión del mundo se paran delante de un escaparate humeante de buenas comidas deseándolo todo con los ojos, seríamos capaces de pasar alegres la Navidad. Pero, ojos que no ven... ¿Por qué no somos capaces de echar una mirada hacia allí?

Benigno Martínez-Fuego

Marcenado (Siero)

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