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Malos tiempos para el intelectual

26 de Diciembre del 2015 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

Se dice que es intelectual quien cultiva el intelecto, pero no para hacerse rico o famoso, para presumir o para su crédito profesional, sino para cuestiones que trascienden su propio ser y su entorno. En este sentido, el intelectual es un ser religioso, pues se religa a algo que le trasciende. Se diferencia del filósofo en que su pensar está más dirigido a lo concreto que a lo abstracto, y más al hoy que al ayer, sin prescindir de lo abstracto y del ayer, como pilares imprescindibles del pensar.

Cultura, ilustración, erudición son conceptos ajenos al núcleo del intelectual, pero sin ellos su pensamiento se estrecharía. Con frecuencia, cuando algo es difícil de definir, se ha de intentar hacerlo por exclusión de los contrarios, igual que, a veces, el bien se define mejor a través del mal.

El intelectual no puede depender de una ideología política ni filosófica, puede tenerlas pero no de forma determinante ni inmutable. No le conviene ser persona de partido, ni estar sometido a un credo, pero sí debe tomar partido en cuestiones concretas. Su mente ha de ser flexible y estar dispuesta a cambiar de opinión, sin temor a que le tachen de acomodaticio.

La independencia de pensamiento –y no digo la libertad porque no es lo mismo– es condición imprescindible para el intelectual, lo cual no significa que no se pueda dejar influenciar por el pensamiento de otros, presentes o pasados; incluso en el siglo XX los pensadores y artistas tenían tiempo y gusto por reunirse con asiduidad para intercambiar ideas, si bien el pensamiento original solía surgir en la soledad que acostumbra a ser su más asidua y necesaria compañía. Por eso la afiliación a agrupaciones, sociedades sin o con ánimo de lucro, ONG, fundaciones de matiz político o económico es incompatible con el intelectual, que estará mejor a su aire.

Incluso no le sienta bien que su nombre y su firma se asocien a manifiestos que, por muy nobles que sean sus objetivos, vayan asociados a personajes políticos o institucionales. En el reciente manifiesto «Intelectuales advierten a Rajoy» comparte firma el filósofo e intelectual Fernando Sabater con el periodista Jiménez Losantos y con Cayetana Álvarez de Toledo, diputada y directora del Área Internacional de la Fundación Faes. Posible desacierto de Sabater, que pone en cuestión su fama de intelectual independiente por mucho que lo sea, como lo fueron Eugenio d’Ors y José Ortega, pese a su circunstancial y bien intencionado posicionamiento político.

Una cantidad ineludible que hoy ha de tener el intelectual es el valor de manifestar su pensamiento sin preocuparle el que vaya a perder amigos o influencias si no se calla o si disimula su pensamiento con eufemismos, o el que los grandes medios de difusión, en manos del poder económico, puedan cerrarle sus espacios si se desvía de la línea general.

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