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El cuento del año nuevo

3 de Enero del 2016 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

La vanidad motiva la búsqueda del éxito. La humildad, por el contrario, busca paliar los fracasos aprendiendo de ellos. Ambas son apropiadas para el progreso, pero, sin atribuirles bondad o maldad alguna, se progresa sólo por su cortante filo entre ellas. Si te alejas de los límites de la humildad, puedes convertirte en un Fausto controlado por Mefistófeles. El cual pondrá a tu disposición toda la información y los medios necesarios para triunfar. El poder es arrogancia y los medios de información, necesarios, aunque agobiados bajo su dominio y tentación. No es baladí que se les llame cuarto poder. ¿Pero cuál es su versión? Se lo oí decir a un periodista: "El buen periodista debe estar siempre contra el Gobierno, sea éste el que sea". Parecería lógico, no obstante, alabarle los oídos a esa mayoría que ha conseguido el Gobierno a través de las urnas, pero no es ésa su obligación. Salvo el día de las elecciones, el ciudadano siempre es el perseguido; el Gobierno, su perseguidor, y la oposición, su salvación. Por eso, mantener un espíritu crítico y analítico es la obligación del periodismo. Sin embargo, un poder oculto surge de la mefistofélica tentación de dominar a los poderes de la información para utilizarlos desde los ámbitos financieros según convenga; es la forma de lograr la predeterminada necesidad de triunfo, dejando poco al azar. El personaje de Fausto no surge de la nada para buscar elevarse al gobierno. Es algo muy propio y no tan actual, incluso se va más allá, ahí están los personajes de Donald Trump y Berlusconi para reflexionar. Entonces, siguiendo los mejores postulados marxistas, ya no se interpreta la Historia, sino que se construye. ¿Cómo se logra? Alejando a los ciudadanos de todo atisbo de religión como concepto profundo de cultura; algo que ya se consiguió hace mucho tiempo (la religión no es adoctrinamiento y ceguera como las ideologías al uso). La religión, que es ecuménica si elige la vida, sea cristiana o budista, teísta o no teísta, es humilde: acepta la versión del otro y muestra sólo su opinión. Esa religión que elige la vida es peligrosa para los burócratas, por eso proponen su destrucción desde su banal sentido del mal. Nunca la cultura religiosa molestó a ningún ateo, precisamente el ateo es su imagen al otro lado del espejo y, por el mismo motivo, a ningún creyente que elija la vida le molesta dialogar con un ateo. La religión así concebida, como vida, no es privada, sino pública. El burócrata, sin embargo, es otra cosa: es un perfecto profesional que cumple con su trabajo destructivo sin cuestionarse nunca sus percepciones. Los jóvenes hoy en día se ven atraídos por la parafernalia de "Star Wars" y "El señor de los anillos", haciéndolas objeto de culto, pero me temo que ésa es toda su percepción religiosa. Cuando se llega a ahí, y desde ahí, es fácil engendrar un Fausto que los lidere. Cuando, además, se les está negando la supervivencia y hay justificada indignación por ello, resulta fácil ofrecer un líder. La mano que mece la cuna está cómoda en esas circunstancias y las busca mantener: planifica, crea audiencia, eslogan tras eslogan crea masas, manifiesta su laicismo fanático para aglutinar solidaridad contra algo y, mientras proclama su unidad, practica la desunión. Como un prestidigitador hace desaparecer partidos a quienes no otorgó medios y, aunque Fausto no obtenga el gobierno, chantajea a los otros sin perder su poder. Todo está según corresponde: ha ocurrido, volverá a ocurrir y, mientras, no se conseguirá éxito alguno ni triunfo del bienestar.

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