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...Y claro que vino el lobo

2 de Enero del 2016 - José Antonio GUTIÉRREZ GLEZ. (Piedras Blancas)

El domingo 20-D a ningún partido político le tocó el gordo. Hubo pedreas para casi todos. Para el PP y el PSOE, que no cayeron tanto como podían temer; igualmente para Podemos y Ciudadanos, que no llegaron a saltar la valla, pero sí entrarán en el Congreso pisando fuerte.

Y a los ciudadanos, ¿qué? Será extremadamente difícil, pero vista la situación cosechada aún podría tocarnos algo más que el reintegro para volver a jugar en unas nuevas elecciones. Todo dependerá de cómo los grupos demuestren su capacidad de diálogo del que tanto alardean. No será fácil y ahí es donde veremos la cintura política de cada líder y si son lo que han dicho durante la campaña. Los ciudadanos hemos elegido en las urnas unas Cámaras más plurales y, sobre todo, con el mandato a los partidos de hablar y llegar a acuerdos.

Ya desde la misma noche del mencionado domingo se están sucediendo las combinaciones sobre quienes podrían pactar. Pero lo fundamental sería saber sobre qué pueden hacerlo para garantizar una mínima estabilidad y demostrar que el bienestar de la ciudadanía es, como ellos dicen, su principal objetivo.

Si como es bien sabido, la corrupción y el paro son las principales preocupaciones de los votantes, un acuerdo con fórmulas concretas será imprescindible para empezar a vallar las alcantarillas por las que se escurren cada año 40.000 millones del dinero de todos. Y crearía recursos con que alimentar otro pacto encaminado a la creación de empleo digno, que a su vez permitiría frenar el crecimiento de la desigualdad en el que somos campeones de Europa. Y crearía condiciones para que los jóvenes no tengan que buscarse la vida fuera de España. Asimismo, una fiscalidad más justa sería otro punto clave para producir nuevos recursos con los que compensar los recortes en sanidad, educación, investigación, dependencia, etc.

España ha llegado a este proceso tras una crisis económica devastadora que nos ha hecho más desiguales y ha desconectado del sistema a millones de ciudadanos, incluidos aquellos que han realizado una revisión intelectual de la forma en que los dos partidos de la alternancia han afrontado el mayor desafío social de las últimas décadas. Solo desde la soberbia se entiende la gestión de un PP que ha hecho que la corrupción no resulte nada fácil de borrar de la memoria.

En el Partido Popular, por poner un ejemplo válido, pensaron que aquella sonrojante rueda de prensa en la que Dolores De Cospedal balbuceó más que dijo, algo sobre la indemnización en diferido del tesorero-delincuente que iba a ser pronto olvidada por los ciudadanos, es que pensaban que los españoles eran memos.

Por lo demás, los electores no despedazaron el mapa electoral vigente por la perreta de un niño caprichoso. El 20-D no fue un acto improvisado tras una noche de farra. En realidad ese lobo contra el que hoy algunos se hacen señas llevaba aullando desde finales de 2011 cuando se concedió una fuerte mayoría al PP en que quizá residan algunos de los errores que hoy analizan con desconcierto los conservadores. El lobo ya aulló en las europeas y en las municipales, pero también a través de una nueva dinámica ciudadana que ahora encuentra aliento en las fuerzas emergentes a las que, ojo, también censurarán si dejan de sentirlas útiles, pues otra de las señas del presente es su volatilidad.

Los españoles entregaron el domingo 20-D a los políticos una aritmética diabólica con la que van a tener que ponerse de acuerdo. Es su responsabilidad. Pero, además, será una nueva oportunidad si quieren seguir contando con su confianza.

Las citadas elecciones, asimismo, han suprimido la frontera entre la vieja y la nueva política, la corrupción y los que, por no haber tocado aún poder, exhibían credenciales inmaculadas. Los ciudadanos han dispuesto que tales divisorias eran artificiales y pasajeras.

Finalmente, las urnas han puesto a cada uno en su sitio. A Pablo Iglesias, superada la inicial indefinición ideológica de Podemos, nadie le discute su adscripción al bloque de la izquierda. Sin ir más lejos, en la noche electoral acabó reivindicando figuras de la vieja casta socialista como Francisco Largo Caballero. Por su parte, a Albert Rivera, que flirteaba con el PP y el PSOE para presumir de centralidad, le arrancaron la máscara y lo situaron en el lugar que le corresponde: la derecha pura y dura.

Por los resultados obtenidos, la situación es compleja, y para el PSOE, sobre el que se centra la presión, hace escasos días Pablo Iglesias le conminaba a no facilitar un gobierno del PP, mientras a Albert Rivera le exigía lo contrario.

Aclaradas las posiciones, ahora toca formar gobierno. Llegó la hora negociar y pactar. El futuro pues ha comenzado ya, lo que está por ver es qué clase de futuro surge.

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