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Incendios forestales y desarrollo rural

15 de Marzo del 2016 - Francisco A. Comín Sebastián (Zaragoza)

Entre las soluciones sugeridas a los incendios forestales en el reciente e interesantísimo debate en los medios de difusión asturianos se echa en falta la perspectiva desde el medio rural. Aunque cada vez más se alude a la participación de los habitantes de los pueblos, esto no basta. Las personas que viven, directa o indirectamente, de los recursos naturales del medio rural, incluidos los del mar, y el territorio en que viven, cuyas masas forestales pertenecen en gran parte a sus habitantes, se han de considerar proveedores de servicios a la sociedad. Proporcionan alimentos y materias primas; si es bien manejado, del medio rural salen agua y aire limpios; acumula carbono, contribuyendo a amortiguar los impactos del cambio climático; se regula la erosión, que de otra manera aceleraría la colmatación de embalses y rías, y se forma suelo, la base de toda producción agraria; se retiran contaminantes en sus terrenos y ríos; es el soporte de la polinización; tiene un alto valor cultural y recreativo, y alberga una gran biodiversidad, que es la base de todo lo anterior y soporte de nuestra sociedad. Se ha estimado que el valor de los así llamados servicios ambientales o de los ecosistemas naturales de la Tierra es tres veces más que la suma del producto interior bruto de todos los países del mundo (Costanza, 1997. "Nature"), y en proporción al menos similar debe ocurrir en Asturias. Y como proveedores de servicios se les ha de reconocer sus aportaciones y se les ha de retribuir, de alguna manera, por ello. Porque nada de eso ocurre de forma comparable en las ciudades y, sin ello, éstas no se podrían sustentar.

Para acertar con las soluciones a los incendios forestales se ha de tener perspectiva histórica y proyección de futuro. Vivimos en una sociedad interconectada globalmente, pero con una tremenda dicotomía entre lo urbano y lo rural. Para poner en contexto el problema de los incendios forestales, debemos reflexionar sobre lo que significó para toda una generación de personas hace unas décadas decidir quedarse en los pueblos a vivir de lo que da la tierra o emigrar a las ciudades (Rozas Vidal 2006, Red de Museos Etnográficos de Asturias). Y la valentía que tienen hoy en día algunos jóvenes que deciden quedarse en los pueblos apegados al terruño a vivir de la ganadería, la agricultura o, indirectamente, de ellas. A pesar de que una gran parte de la población urbana tiene muy intensa relación con los pueblos y sus habitantes, la actual tendencia sociodemográfica lleva a exagerar las diferencias campo-ciudad, a una pérdida creciente de pueblos, a la aglomeración en ciudades y barrios urbanos, nuevas urbanizaciones y a la transformación de pueblos cercanos a ciudades como barrios residenciales. Con la tendencia actual, muchos habrán desaparecido o mermado considerablemente su población en una o dos generaciones y gran parte de los servicios que nos presta el mundo rural se habrá perdido.

Cierto que los estudios y análisis detallados concluyen que la mayor parte de los incendios se origina, con buena o mala intención, por personas ligadas al medio rural. Y que los daños producidos son enormes. Bueno, aplíquese la ley. Pero téngase en cuenta que la mayor parte de los delitos y crímenes de nuestra sociedad, y que más daños económicos y morales producen, tiene lugar en entornos urbanos y muchos quedan impunes. También es notable que mayoritariamente los presupuestos públicos y privados se inviertan en ciudades, que dan trabajo y bienestar a la sociedad, pero que no existirían sin la provisión de servicios ambientales del medio rural. Personalmente, soy partidario de la erradicación del uso del fuego como herramienta de gestión del territorio. Puede pensarse que es una utopía y con frecuencia se refiere lo costoso e impracticable de utilizar medios mecánicos para desbrozar y preparar pastos en zonas tan abruptas como algunas de Asturias. Pero mucho más costosas son algunas de las obras inútiles o que han de repararse continuamente en entornos urbanos. La apertura de pastos por medios mecánicos en La Rioja ha llevado pareja la disminución significativa de grandes incendios. Y en Francia ya se ha incorporado a los ganaderos a comités de prevención del fuego. Como la tecnología y la sociedad cambian rápidamente, no es cuestión de rendirse antes de probar nuevos ingenios para zonas más abruptas. Pero no es sólo cuestión de incorporar tecnologías y reglamentaciones que resuelvan aspectos parciales.

La solución a los incendios forestales no se puede separar del desarrollo rural. Se ha de considerar a las personas que viven en y del medio rural, actores fundamentales de la solución. No serán efectivos los planes y estrategias dirigidos un tanto dogmáticamente desde las ciudades o desde estructuras jerárquicas que no integren plenamente a los paisanos de los pueblos. Se han de crear estructuras de actividad y negocio en el medio rural, integrando a los ayuntamientos y concejos en la gestión de todos los servicios que provee el territorio en beneficio e interés de sus habitantes, como dice Rodríguez-Vigil. No servirán las herramientas del siglo pasado (concentraciones parcelarias, promoción de nuevos cultivos en zonas naturales, empresas gestoras de actividad, planes de actividades turísticas, políticas agrarias) si se dirigen a gestionar alguno de los servicios solamente, si no se incorpora a los mismos pobladores, especialmente a ganaderos y agricultores, como parte esencial y decisoria de la gestión del territorio. Y para eso hace falta preparación y nuevas perspectivas. Los jóvenes que viven en los pueblos conocen y están en mejor disposición que cualquier otro para formarse y ser protagonistas de su futuro. Muchas familias desearían vivir y ver crecer a sus hijos en y del medio rural si se les dan oportunidades antes que seguir aglomerándose en los ambientes contaminados de grandes ciudades. La nueva perspectiva ha de considerar el territorio como ese mosaico de ecosistemas que, sin perder la esencia de los paisajes asturianos, proporcione múltiples y equilibrados servicios a toda la sociedad y con capacidad de gestión y decisión para adaptarse a cambios locales y globales (Felipe y Comín, 2015. PLOS ONE). Con todo ello se conseguirá, además, devolver la dignidad a la gente de los pueblos. El orgullo de vivir apegados a su territorio y ser depositarios y transmisores de los servicios de los ecosistemas ya lo tienen, aunque unos pocos se empeñen en quemarlo.

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