Hoy he leído un hermoso libro viejo
He estado leyendo con amor un atractivo y edificante libro viejo. Es un libro encuadernado en pergamino, tamaño octavo. Es un libro deleitoso y subyugador, con sus páginas empezando a amarillear, cual si de panes de oro se tratara en su porte externo. Grato a la vista, apetecible al gusto, oloroso a añejas esencias, sugerente al oído cuando lo leo en voz alta, deleitoso al tacto con la textura de su papel acariciadora y sugerente. Es un libro viejo para embeberse en él todos los sentidos. Es un libro escrito en latín. Es un libro rico en doctrina, rezumante a textos bíblicos por doquier. Es un hermoso libro viejo, que te hace sentir en el alma un grato placer agridulce. Es un gratísimo libro viejo, que se halla revestido de la pátina gloriosa de los siglos.
Es un libro del que mucho me agrada contarte su peripecia y arribada a mi librería particular. En las estrecheces y limitaciones de nuestro Archivo de arriba, había recibido a un investigador germano que iba de satisfacción en satisfacción a medida que progresaba en las raíces ancestrales de su genealogía. Cual las abejas liban sus mieles en azarosas idas y venidas, así aquel que denominaré mi amigo mariposeaba de acá para allá en un incesante ir y venir por los libros sacramentales de nuestras parroquias.
El libro de que te hablo, lector amigo, llegó a mis manos proveniente de las del germano, que con meticulosidad suma seguía las huellas que le llevaban, a través de tenues vestigios, a capturar la presa ansiada de su linaje familiar. Intentó hablarme en un español que trataba de brotar de sus labios casi como a trompicones y que tenía más resonancias a su alemán, que se desgranaría con fluidez propia de la lengua de su madre, a la vez que me ofrecía un pequeño libro que sacó de su cartera. Como si intuyera que su destino podría ser mi persona, con los dientes largos por el apetitoso bocado que en él para mí estaría celado, con dificultad llegué a entenderle "quierro dar a ti una libro que compré diez años a un anticuario Comillas" y me tendió el "libro viejo" del que vengo queriendo hablarte, que me supo mejor que a mieles en el inesperado obsequio.
No te impacientes, que ya te lo haré ver con mis palabras, pero antes déjame decirte algo de ese "libro viejo" que hoy he estado leyendo con fruición y deleitamiento sumos. Como con frecuencia hago, cuando un libro accede a mi librería particular, escribo una breve nota sobre la peripecia de su arribo y, a veces, comento mi apreciación, fruto de la lectura. En aquel "libro viejo" estaba escrito en un "ex libris" calcado a sello: "Pertenece a Pedro de San José. Peñaranda de Duero", que así figuraba en su portada. Y añadí yo a pluma: "Con fecha 20 de junio de 2005, recibo como obsequio del economista alemán Franz Dieter Spielmann (Valdés), investigador genealógico en el Archivo Histórico Diocesano, este precioso ejemplar de la "Regula cleri" o "Regla del clero", que me manifestó haberlo adquirido de un anticuario comillés, hace más de diez años". En otro sello se puede ver, aunque está casi borrado, el emblema de la Congregación de la Pasión y se lee: "Convento de San Joseph. Disantos".
Subtítulo: Lo que esconde "La regla del clero", editado en Madrid en 1789
Destacado: Sus autores quieren sintetizar una regla o pauta de conducta para que por ella puedan guiarse los sacerdotes en su caminar hacia el cielo
Este "viejo libro" lleva por título "La regla del clero, extractada de las Sagradas Escrituras y de los testimonios de los Santos Padres. Debida al estudio y la labor de Simón Salamo y de Melchor Gelabert, presbíteros y doctores misioneros de la diócesis de Elna". En Madrid, en la Tipografía de Benito Cano, 1789. Décima edición. Con la misma autoría, va seguido de un segundo opúsculo, titulado "Preparación próxima para la muerte, para uso de los clérigos y muy útil también para el pueblo". Tiene el mismo año de edición y está impreso en la misma tipografía.
Como dos perlas escondidas vine a considerar estas dos obritas, en que sus autores quieren sintetizar, reduciéndolas a un solo volumen, una regla o pauta de conducta para que por ella puedan guiarse los sacerdotes en su caminar hacia el cielo. Leídas con calma estas dos obras, suministran un caudal cuantioso de material para la meditación, a la vez que ofrecen pábulo espiritual para alimento del alma. A medida que te sumerges en la lectura, tienes la impresión de estar con la Biblia Vulgata incesantemente ante los ojos, con las consecuencias de subyugación y fruición que los libros de la Biblia te producen, con ese encanto deleitoso que produce el texto bíblico. Tal es la sensación que te sugiere la lectura de esta "Regla para el clero". Como si a mí estuviera dedicado, lo leo y lo releo, con devoción y con amable ternura, impregnado de piedad y veneración, a la vez que pienso cuántos hermanos sacerdotes del Altísimo aprendieron en él de amor a Dios, de deliquios a honor de Nuestro Señor y de cariños a la Madre y a la Señora, a la Bienaventurada Virgen María.
Cuando me acerco a su intimidad en el latín de los siglos, paréceme estar recitando vetustas y primitivas oraciones, cargadas de ancestralidad, en loor de la imagen santa, que en algún recóndito lugar de una extraviada ermita o capilla, con su añoso y copudo tejo, con su sencillo altar, que aguarda a que en él se lleven a compleción sagrados y venerandos rituales de misas preparadas por las hermosas oraciones que esta "Regula cleri" a porfía te ofrece.
No quedaría a gusto sin ofrecerte un texto, en que puedes contemplar la parábola del Buen Pastor: "Jesús, Pastor bueno, que conoces a tus ovejas y por ellas has entregado tu vida y las llenas de grosura en el regazo de tu corazón. Me he extraviado, como la oveja que se perdió: veo venir al lobo, que ya está a punto de arrebatarme. Ea, pues; ven como defensor de mi vida, apresúrate, dirígeme y nada me faltará en el lugar de mi apacentamiento, en torno a la mesa en que me has colocado. Salva de los cuernos de los unicornios mi humildad; custódiame, Señor, como a la niña de tus ojos, dulcísimo Jesús, protector mío. Tú eres mi refugio en esta tierra desierta, agostada y reseca. Sobre ti echo la carga de todas mis preocupaciones. Me esforzaré siempre en seguir el camino estrecho y del bien, por el que quiero caminar, y tú, Señor, mi adalid, me conducirás bajo tu nombre y serás mi alimento; bajo la protección de tus alas, estará mi esperanza hasta que me conduzcas a los pastos y praderas de la vida eterna".
Así, capítulo tras capítulo, párrafo tras párrafo, van avanzando los autores de este "libro viejo", con el que me he reencontrado en mi librería personal. Es un "libro viejo" lleno de vida, portador de doctrina y de provechosas enseñanzas. Ojalá los sacerdotes y el pueblo fiel lo tomáramos como libro de cabecera. Sobre mi mesita de noche volveré a tenerlo, para hacerlo objeto de una lectura continuada.
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