El baile de los vampiros
Así se titulaba una hermosa comedia de terror de aquellos felices años sesenta en la que el profesor Abronsius viaja a Transilvania para erradicar el vampirismo y lo que logra es extenderlo por todo el mundo.
Seguramente muchos de nuestros políticos y en este caso concreto políticas tienen las mismas ideas altruistas que aquel desdichado profesor: hacernos felices para que vivamos gozosos, pero corren el riesgo de producir el efecto contrario, como le ocurrió al buen Abronsius, de la Universidad de Könisberg.
La flamante diputada de Podemos Carolina Bescansa, en un gesto singular, tuvo la genialidad de acudir a la sesión constitutiva del Congreso de los Diputados con su hijo lactante. ¿Qué enigmático mensaje nos habrá querido transmitir exhibiendo tanta ternura?
Yo me pregunto si también sería igual de tierno cuando las madres tenían que dar el pecho a sus hijos en las fábricas. No hace muchos años aún los patronos obligaban a las madres con niños de pecho a alimentar a sus hijos en unas horas determinadas en el patio de las fábricas, después de ser registradas por encargadas, por si aprovechaban para hurtar. Este dato lo tomo de una fábrica estatal de cigarros en Sevilla en 1849. ¡Cómo serían las privadas!
Gestos tan maternales nos conmueven a todos y pueden herir la afinada sensibilidad de los empresarios y hacerles pensar que es muy cruel separar a los hijos de las madres y para qué van a cumplir la legislación laboral dando una hora para la lactancia si a las madres les gusta amamantar a sus hijos en las fábricas y a ellos, estar al lado de sus mamás, como aconsejan los psicólogos infantiles y pediatras... Y como prueba fehaciente, nada mejor que el ejemplo que esta diputada y su angelical rorro dieron a la sociedad.
Así que, apreciada Carolina, déjate de aspavientos aparatosos, coge la hora a la que tienes derecho y vete a casa a dar el pecho. Creo que además ojalá lo hubiese en todas las empresas, contáis con guardería en las Cortes. Por tanto, ya sabes lo que tienes que hacer, no te vaya a pasar como al profesor Abronsius.
Vicente Ignacio González Díaz
Oviedo
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