Una comunidad imaginada
Las naciones son producto de un imaginario colectivo, de una serie de imágenes-fuerza, creencias grupales, orgullos y vínculos emocionales creados por el propio nacionalismo aguerrido, como culto al que se tributan vidas en loor de lo patriótico, de la tierra elevada a la condición de ídolo ancestral, que incluso exigiría derramar sangre en el ara del divino Marte. Toda nación surge de amnesias e interesados cuadernos de agravios, de errores históricos jamás corregidos y de construcciones de poetas y demagogos. De la afirmación territorial frente "a los otros". Pero también la nación civilizada de tipo universalista expande los talentos individuales, construye diaria convivencia, fomenta libertades, movilidades sociales y la anhelada igualdad, nacida no tanto de la envidia como de una manifestación de derecho fundamental contemporáneo y de la dignidad humana: que nadie sea tan poderoso como para comprar o esclavizar a otro semejante, ni tan mísero como para tener que venderse o dejarse esclavizar. Hay naciones políticas, que son los estados como sujeto legitimado de derecho internacional, y naciones culturales –en la línea del Romanticismo–, con una tradición de expresión propia, suficientemente reconocida y compartida, fácilmente demostrable de cara a terceros y no necesariamente conformadas o constituidas en estados. Se suele confundir país, nación y Estado, pero no son lo mismo: un país puede ser incluso una región natural o conjunto de comarcas, de ahí paisaje y paisanaje; una nación en sentido político es la que se ha constituido en Estado y, generalmente, proclama una serie de derechos y constituciones basados en una soberanía nacional que dice representar al conjunto del pueblo, que ni es sólo el cuerpo electoral ni una determinada etnia cerrada y tribal, opuesta a futuras mezclas en una sociedad abierta democrática. El Estado vendría a ser la organización de ese territorio nacional definido mediante un orden jurídico servido por funcionarios, que tiende a realizar el interés general, en el ámbito de esa comunidad: todo "el aparato burocrático" y coercitivo, de prestación de servicios y administración. Está basado en la soberanía, consistente en no reconocer un poder igual dentro de él, ni superior fuera de él. Pero todo está saltando por los aires. Son simples definiciones canónicas y referenciales. Con la globalización, no se da ya prácticamente soberanía nacional. Dicen que es leyenda eurócrata, pero algunos autores lúcidos afirman que el 80 por ciento o más de la legislación española tiene origen netamente eurócrata, sean reglamentos o directivas, vinculantes y de obligado cumplimiento. Estimo, humildemente, que en España nos falta o nos ha faltado construir un verdadero Estado universalista de valores comunitarios, donde, admitiéndose la plurinacionalidad, prime lo común en la historia de "las Españas", la ciudadanía española sea exponente de prestigio mundial, calidad de vida, bienestar sin exclusiones y una fraternidad que barra ya la lacra de cainismo y "eternos retornos" de los demonios familiares españoles. Nos falta o nos ha faltado construir una verdadera comunidad, donde todo el mundo se sintiera a gusto, por razones sociales de justicia, territoriales y de diversidad en paz. El pluralismo es exponente de democracia, pero también puede ser signo de balcanización. Habría que pensar en la realidad de hoy, donde "España" no sea sólo un huera declamación engolada, bastante hipócrita, ni el desgarro enardecido de unos nuevos aprendices de "sans culottes". Repensad, cread de nuevo sobre no sé cuántos siglos juntos algo mejor, que funcione y sea humano.
José Luis López Tamargo
Oviedo
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