Por amor al arte no se come
El SEAF-PPO relanzó su formación en 1977 de la mano de las tecnologías de la automatización: Neumática, Oleohidráulica y Electrónica. El objetivo: formar y reformar técnicos para dinamizar los sistemas productivos haciéndolos competitivos ante la más que probable entrada en la Unión Europea. Una Unión Europea que conocían bien, pues incluso formaron en ella a técnicos de entre los emigrantes, enviando allí a sus instructores. Todo se abortó para esa formación en 1982: la innovación era priorizar Escuelas Taller donde se iba a enseñar a restaurar un molino (o un monasterio) utilizando las mismas técnicas y herramientas empleadas en su construcción en los siglos pasados, y todo por amor al arte. Algunos instructores sobrevivieron en sus aulas impartiendo tecnologías de automatización, cuidando de los medios recibidos e innovando material y conceptos cuanto podían. Un material que al igual que ellos provenía y se empleaba en la industria que querían dinamizar. Recibían pocas visitas de ella, sin embargo escucharon comentarios como éste: «lo de la pizarra está muy bien para mis hijos [sic] pero no para mis trabajadores»: lo hacían bien y no les querían. No se ha pedido consejo e igual no se quiere, pero: por «saber» necesitamos saber qué vamos a producir para vender fuera (algo que por lo menos [si no lo vendemos] podamos comérnoslo); por «saber hacer» necesitamos aprender a programar, poner en marcha y mantener las maquinas que harán (sin que nadie lo toque) ese producto que vamos a vender fuera. Máquinas automatizadas que habrán sido diseñadas y desarrolladas a medida para esa producción; máquinas hechas por máquinas automatizadas. Necesitamos «saber» y «saber hacer» en esas tecnologías de automatización industrial para dar alto valor añadido al producto reduciendo costos y venderlo (sobre todo fuera). Obviamente también saber qué y todo sobre ese qué, que vamos a producir. ¿Disponemos de tal maquinaria? Sin ella no se podrá realizar formación dual alguna en tema tan capital, aunque quizás se podría pensar en enviar becarios (erasmus) a Cantabria, Galicia o Castilla León. Lo cierto es que, cuando los servidores de las ex grandes empresas públicas o de los ex fondos europeos o españoles se atrevan a hacer ese tipo de inversiones en máquinas automatizadas, dudo mucho que dejen a un becario aprender «saber hacer» en ellas. Hay preguntas importantes: ¿cómo se puede competir en un mundo global totalmente automatizado? Algunos creen que es posible si se contrata por amor al aprendizaje y además se es subvencionado (ahorrándose invertir en automatización), luego se innova el discurso y se vuelve a contratar por amor al arte. Sólo así mantendrían el status quo establecido: el joven que trabaja, trabajará 10 o 11 horas diarias casi gratis y sobrevivirá ayudado por algún pariente pensionista, el otro que no: que se ponga a la cola o se largue (los mayores sin empleo no cuentan). Los hijos, quemados, ya no procrean nietos. Los que aprecian el quemar gas y carbón: sin problemas. Otros verán su tierra calcinada quedar sin nietos. La tierra (con automatización de procesos y tecnología) daría gran valor añadido a los productos que in situ se elaborasen y que, cooperando, se llevasen a las adecuadas estanterías del mundo. Hay que ayudar a «saber» qué, y «saber hacer» de ese modo. La comida quemada ni por amor se come. Mientras que, si con laboriosidad el shiitake brota en castaños y robles, podría haber miel en las colmenas y otras cosas en el hórreo.
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