A toda costa
A cualquier precio, a toda costa, bajo cualquier bandera. Todas y cada una de las frases anteriores podrían definir perfectamente lo que el actual titular de la Secretaría General del PSOE, Pedro Sánchez, está dispuesto a hacer para cumplir sus objetivos personales: llegar a la Moncloa como presidente del Gobierno español. No importa que para ello haya que traicionar los principios fundamentales de su formación política, ni que se deje en el camino a un partido sin rumbo, con una enorme pérdida de credibilidad social, que, en el mejor de los casos, le podrá llevar a una mayor sangría de votos que la obtenida en las últimas elecciones generales. Tampoco le importan las opiniones discrepantes de las personas más sensatas, que las hay, ni que se pueda generar una división interna de consecuencias imprevisibles. Todo vale. Lo único que tiene claro es que si en el próximo congreso del partido, a celebrar a corto plazo, no llega investido como presidente, su futuro político habrá tocado a su fin. A parte de eso, todo lo demás, incluida la estabilidad política y económica de la nación, se la trae al pairo. Esa es la auténtica y triste realidad que actualmente se está viviendo en España, con una cada vez más creciente preocupación de la inmensa mayoría de los ciudadanos que residen y trabajan en nuestro país.
Aunque aún queda la esperanza de que el Comité Federal del PSOE, cuya reunión está prevista para el próximo día 30 de este mes de enero, pueda poner límites a la desmedida e irresponsable ambición de su actual secretario general, impidiendo que se consoliden pactos contra natura con fuerzas políticas antinacionalistas y anti sistema que podrían poner en grave riesgo la aún débil recuperación económica que se está empezando a notar, así como la pérdida de credibilidad que como país tenemos con nuestros socios europeos y con el resto de las naciones de este planeta, la suerte parece estar ya echada. Desgraciadamente, cuando se ve la posibilidad de tocar poder, la ambición derivada de la debilidad humana suele tender a aparcar cualquier sentido de la lógica y la racionalidad, cerrando ojos y oídos a cualquier evidencia contraria al logro de ese objetivo.
Lo malo de toda esta historia es que, introduciendo el caballo de Troya en las más altas instancias de nuestra Administración, el problema, cuando queramos despertar, ya se habrá generado, y, a partir de ahí, la salida de la situación podrá costar sudor y lágrimas. El consuelo será que, como el electorado nunca se equivoca, la culpa, como en su día dijo Carmen Calvo del dinero público, no será de nadie; aunque, naturalmente la tendremos que pagar todos.
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