Jesús, el amigo

29 de Enero del 2016 - José Cifuentes y García-Borja (Oviedo)

Jesús empezó en Nazaret; allí vivió de niño y joven con sus padres, José y María, y acudió a la escuela. Un día de la semana, Jesús, como los demás niños hebreos, lo dedicaba a trabajar con el padre o la madre en el aseo de la casa y el sábado descansaba, jugaba e iba a la sinagoga con sus padres, amigos y vecinos. Aquel sábado, dos de ellos, Nicodemo y José, dijeron a sus hijos: «Este, Jesús, es amigo nuestro desde los diez años en el templo de Jerusalén». Los niños se acercaron y el Señor los saludó. Jesús presidía las lecturas de la Palabra de Dios. Cantaron los salmos todos, Jesús se sentía plenamente feliz. Además, muy cerca, estaba Santa María, su madre. De momento, el recuerdo de San José, de quien recibió cuidados y fue maestro de trabajo como carpintero, le emocionó, pero siguió adelante. Abrió el Libro de Isaías, donde se detalla lo que hará el Salvador: «Anuncio el año de misericordia que se prolongará a lo largo de los siglos, los pobres serán para siempre los predilectos de Dios; el espíritu del Señor está sobre mí para llevar la buena noticia de la salvación a los pobres, dar vista a los ciegos, y libertad a los presos y oprimidos». Y Jesús concluyó: «Hoy se está realizando esta escritura ante vuestros ojos». Todos se admiraban y decían: «Jesús, ojalá lo que dices sea realidad para siempre». Todos opinaban que tenía seguridad y explicaba como un buen maestro.

Luego, Jesús fue acercándose a todos para preguntar por sus padres y familiares. Oyó Jesús que algunos habían fallecido y dijo: «Oremos por nuestros difuntos», oraron en silencio y resumió: «Que todos ellos nos sigan ayudando en nuestra vida». Terminaron con el canto: «Gloria a Dios por siempre».

José Fuentes y García-Borja, canónigo de la Catedral,

Oviedo

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