El espíritu de la transición
Muchas son las voces que, con independencia de su ideología y de la credibilidad que ofrezcan a cada uno de nosotros en sus apreciaciones, pero con una innegable experiencia para poder opinar sobre la nueva y difícil realidad política que se está viviendo en España, están manifestando su profunda preocupación por la encrucijada en la que los resultados arrojados de las elecciones generales del pasado 20 D han puesto al país en la tarea de conformar un nuevo Gobierno. Con una aritmética parlamentaria más que complicada, en la que los números no salen, ni a la derecha ni a la izquierda, sin pasar por la emergente formación política de Podemos, las dudas de que pueda configurarse un nuevo Ejecutivo estable, con un mínimo de garantías para abordar las arduas tareas que le esperan y para las que será necesario contar con un amplio consenso, parecen cada vez más alejadas. La manifiesta debilidad del primer aspirante a repetir en la Moncloa, el presidente en funciones, Mariano Rajoy, a quien nadie parece estar dispuesto a apoyar, y la intolerante postura del candidato de repuesto, Pedro Sánchez, cada vez más enrocado en su rechazo a cualquier entendimiento con el PP, como partido, sea quien sea su cabeza visible, no parece tener más desenlace que la convocatoria de unas nuevas elecciones generales. La opción de Podemos, como fuerza que pudiera apuntalar a un nuevo Gobierno, teniendo en cuenta su auténtico objetivo, cada vez menos oculto, de dinamitar todo el orden establecido y conducir al país a una fragmentación territorial de nefastas consecuencias para todos, no sería una solución sino el mayor de los desatinos. Si bien es cierto que el escenario de unas nuevas elecciones generales retrasaría de forma importante la formación de un nuevo Gobierno, con el inconveniente de un Ejecutivo en funciones que sólo podrá atender asuntos de trámite, y que el país necesita, más pronto que tarde, poner en marcha un programa de gobierno que dé respuesta a los múltiples problemas que están planteados, también lo es el que una mala solución sólo conduciría a aumentar el problema. También existe la duda de si una nueva pasada por las urnas despejaría la actual incógnita; pero, al menos, y dada la actual situación, habría que intentarlo.
Al hilo de lo anterior, y a modo de reflexión para todos los directamente implicados y responsables de resolver el envenenado sudoku que tenemos planteado, no estaría de más que meditaran sobre las manifestaciones que Felipe González hace en la entrevista realizada por Antonio Caño, así como el comunicado que, bajo el epígrafe “Ante la situación política”, la fundación España Constitucional, integrada por ex ministros de la democracia de un amplio espectro político, ha publicado el pasado 25 de enero. Sin duda que esta es la hora de dejar a un lado lo superfluo: prejuicios, ideologías e intereses personales y/o de partido, para centrarse en lo sustancial: los intereses generales de España y, por ende, el bienestar y futuro de los españoles. Lo que queda por ver es si nuestros políticos, los que, de alguna manera, hemos elegido, serán capaces de demostrar esa generosidad, que, por otra parte, precisamente por representar el espíritu de la transición, debería ser obligada.
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