Otro vendrá que bueno me hará
Este famoso dicho, que parece remontarse a los tiempos de Dionisio I, a la sazón tirano de Siracusa (allá por los años 400 a.C.), parece tomar vigencia hoy en día en nuestra ciudad de Oviedo que, gobernada por un tripartito dispuesto a disparar contra todo lo que se mueve, ya nos empieza a traer la nostalgia de todos cuantos han sido regidores de este municipio. La última ocurrencia, después de retirar la miserable subvención que estaban recibiendo las hermandades que organizan la Semana Santa ovetense, de prohibir la presencia de la Policía Local y Bomberos como escoltas en los tradicionales pasos de estas celebraciones, alegando pueriles motivos económicos para ocultar la animadversión que el actual Consistorio manifiesta a todo lo que huela a religión, católica para más señas, no es de recibo. No solo manifiesta una total y absoluta falta de sensibilidad al sentimiento de miles de ovetenses, muchos de ellos votantes de los partidos mediante los cuales alcanzaron el poder, sino que, yendo más allá, atenta contra los propios intereses económicos de muchos sectores turísticos de la ciudad que, gracias a la relevancia que en los últimos años ha ido tomando la Semana Santa ovetense, se han podido beneficiar de la presencia, cada vez más numerosa, de visitantes procedentes de otras regiones e incluso de fuera de nuestras fronteras.
Si ya la nefasta gestión de nuestro Gobierno local, con un alcalde que parece representar el papel del pato Nicol en un show de Mari Carmen, movido en este caso por la alcaldesa virtual, ya había empezado a hacer saltar las alarmas en todos los sectores turísticos, además de otros, con una carencia total de estrategias para la captación de congresos y ausencia de incentivos que animen el comercio, esta última cacicada puede ser el primer rejón de muerte para nuestra economía. Lo más triste es que, a pesar de todo ello, vamos a tener que acabar pidiendo a los dioses, como parece que en su día lo hizo la anciana de Siracusa, larga vida para los regidores, no vaya a ser que, deseando su desaparición del mapa, el destino nos obsequie con otros peores.
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