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Refugiados, un grito constante

1 de Febrero del 2016 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Aunque la cabeza pide hablar de muchos problemas políticos, entre otros, la convivencia entre españoles, el corazón pide hablar de un grave problema: el de los refugiados en Europa, que se sigue agravando y que puede acabar en un drama todavía mayor. Los lamentables sucesos de Colonia y de otras ciudades europeas están siendo aprovechados por algunos para oponerse a la acogida de los refugiados sirios, afganos y de otros países alertando sobre el peligro que suponen.

En los últimos tiempos, los medios de comunicación con cierta frecuencia se hacen eco del éxodo masivo del que estamos siendo mudos testigos. Las imágenes son de una dureza extrema y aún así no podemos sospechar por lo que están pasando centenares de miles de personas. Hace un tiempo pudimos ver por televisión a un padre desesperado que llevaba en brazos a un bebé, cómo miraba a la cámara y, como si no fuese evidente, decía: ¡Nosotros también somos humanos!

Lo peor de todo para los que sobreviven es que, cuando después de un largo calvario consiguen llegar a la frontera, cuando creen que acabó todo lo malo, cuando se imaginan acariciando su sueño, justo entonces, las mafias hacen el mayor negocio a costa de familias enteras y ahí les perdemos la pista: sueños rotos, familias destrozadas, inocencias perdidas, dolor... Mucho dolor.

Como decía mi abuela Catalina: "hay que tener suerte hasta para nacer", porque lo que nos diferencia de muchas desdichadas personas, es únicamente el lugar de nacimiento. Solo eso.

No obstante, los refugiados van a seguir viniendo a Europa mientras Europa no actúe con acierto y decisión, junto al resto de potencias, para acabar con conflictos como el de Siria o mientras no contribuyamos de verdad al desarrollo de esos países en su propio territorio. Mientras Europa mira para otro lado, en Siria, la Daesh asesina no solo a los contrarios, sino a quienes denuncian las terribles condiciones de vida en los territorios bajo su control.

Apenas a 25 kilómetros de Damasco, en ciudades como Madaya, sellada a cal y canto por controles militares y por campos de minas, 40.000 personas viven como animales, comen carne de perro o incluso hierbas, resultan intoxicados por medicamentos caducos, los enfermos son abandonados hasta que mueren... Las imágenes de ancianos y niños escuálidos --¿recuerdan, hace unos años, las imágenes de Biafra?-- están inundando las redes. Pero no pasa nada. Cerca de 400.000 personas de las aldeas cercanas están en situaciones similares. No hay ayuda humanitaria. ¿Qué haríamos nosotros si estuviéramos en su situación? ¿Esperar nuestra muerte y la de nuestros hijos o abandonarlo todo, arriesgar la vida y huir a Europa?

El drama que sigue despertando el interés por un término de sobra conocido y que en los últimos tiempos había quedado un tanto relegado, puesto que los éxodos migratorios de entonces los protagonizaban personas que huían de la pobreza en sus respectivos países en busca de un futuro más esperanzador, por desgracia han vuelto a ponerse de actualidad ante el fenómeno de quienes buscan refugio en Europa huyendo de los encarnizados conflictos que asolan sus diversos lugares de procedencia.

Asimismo, hay cientos de niños que también han muerto o desaparecido en playas europeas o en ese siniestro cementerio en que se ha convertido el Mediterráneo. Pero ya no nos conmueven, ya no son noticia. Y lo verdaderamente malo es que seguirán llegando a Europa mientras Europa no haga algo eficaz. Seguirán siendo un problema creciente mientras no se dé una solución adecuada.

Ojalá que la actualidad que nos depare 2016, acabe por hacer realidad una palabra más esperanzadora: solidaridad.

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