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Aquel culebrón de Vanesa

7 de Febrero del 2016 - Ricardo Luis Arias (Aller)

Recientemente, aquí, mi amigo Pedro Rodríguez Cortés, publicó un interesante artículo sobre nombres y apellidos curiosos o que se salen de lo corriente, de la órbita del santoral, lo que me da pie para recordar y comentar un caso que un buen amigo nos contó a raíz de aquella invasión de Vanesas, invasión debida al culebrón televisivo aquél, interminable e indigerible, que extasiaba al ama de casa e indigestaba los garbanzos al paisano. Vanesa era el nombre de la protagonista del culebrón, que duró meses y meses, y entonces, cuando una niña venía a este mundo, Vanesa que te pongo, y si el infeliz padre se oponía, hala, desterrado a Camplongo...

Suele ser corriente el dar nombres peliculeros, como ocurre en el caso del culebrón televisivo de Vanesa, que farda mucho, cuando tenemos un santoral de nombres hermosos que incluso hacen más guapetona a la mujer. Donde esté, por ejemplo, el nombre de María, Luisa, Isabel o Teresa, lo sentimos, pero nada tiene que ver el de Vanesa. Lo sentimos, sí, y no quisiéramos que esto pudiese molestar a nadie, sino todo lo contrario. En realidad, el nombre no hace a la mujer ni al hombre, es la calidad humana de la persona la que hace que el nombre que llevamos pueda gustar o no gustar, caer bien o mal, hacerlo digno o despreciable. Hecha esta obligada aclaración, pasamos al caso de mi amigo, una gran persona, con un gran sentido del humor. Y culebrón aparte, el nombre de Vanesa es bonito, hemos de reconocerlo, y es una lástima que lo haya popularizado y vulgarizado hasta la saciedad aquel rollazo televisivo.

Mi amigo no quería que su hija se llamara Vanesa, "pero mi mujer, como tantas otras, manda en casa, vamos, que lleva los pantalones". Bueno, hoy casi todas ellas llevan pantalones, para nuestra desgracia. Sí, porque la mujer con falda y, sobre todo, si es mini, cortita, encandila y pone a uno bizco. Pues bien, mi amigo tuvo que tragar el nombrecito que la parienta puso a su hija, que, por cierto, es hoy una belleza.

Cuando dos años más tarde su mujer le dijo que estaba de nuevo embarazada, mi amigo pensó si sería otra Vanesa, porque la parienta era capaz de todo. Pero no fue así, y el pajarraco ese llamado cigüeña lo que les trajo fue un guapetón rapacín. La mujer de mi amigo le preguntó que como era niño, qué nombre quería que le pusiera. Él, que además es un coñón de tomo y lomo, y se la tenía guardada, le arreó un buen arrechucho a la parienta y, meloso y zumbón, le dijo: "Eso ni se pregunta, mujer; mira, para complacerte, vamos a ponerle también el nombre de... ¡Vaneso!".

Pero el que se las trae es el nombrecito que le pusieron a una señora que uno conoció, que apellidándose Gaos pasó a llamarse Tosca. Eso, Tosca Gaos, que si se pronuncian muy seguidos nombre y apellido lo que se interpreta es una diarreica flojedad de tripas, ruidosa y con cierto tufillo. Vaya con el nombrecillo, que, si viviera, no creo que le hiciera mucha gracia a Giacomo Puccini.

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