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¡Un respeto ante las tragedias!

9 de Febrero del 2016 - Carmen Luisa González Suárez (NAVIA)

El próximo 28 de febrero se cumplirán 10 años de la trágica muerte de mi padre, popularmente conocido como Manolo del Camiso, como consecuencia de un insólito accidente costero. Había sido marino mercante. Largas ausencias de seis u ocho meses que en mi tierna infancia hacían que le perdiera la confianza, para pronto recuperarla embelesándome con sus historias de tiburones y otras fantasías oceánicas acaecidas. En períodos vacacionales era pescador aficionado. Con su caña y otros aperos recorría las puestas de la costa de Santa Marina y Vigo (Navia). Botonas, xulias, farrios o pulpos eran frecuentes en su cesto, que rara vez venía vacio.

Le gustaba, además, hacer limpieza de troncos y otras maderas que las fuertes marejadas solían arribar en las calas de esos pueblos. Ayudado de serrucho y cuerdas, los troceaba para luego transportarlos con más facilidad, consiguiendo así una importante labor de reciclaje y cuidado estético del litoral. A sus casi 77 años, no necesitaba tomar medicamento alguno. Las horas que dedicaba a hacer leña hacían que sus brazos estuvieran fuertes. Y sus piernas se robustecían con largas caminatas por montes y costa, como también con el pedaleo en una bici a la que quitaba su cadena los días de lluvia.

Aquel 28 de febrero de 2006 le vi salir para pasar unas horas en su gran afición. Creo recordar que iba a pescar barbadas. Los días anteriores había llovido copiosamente, lo que causó un reblandecimiento del terreno. Supongo que esto influiría para que un mal paso le hiciera caer de espaldas, a unos 15 metros de altura, cuando ascendía por un encrespado terreno. Yo misma salí con el coche en su busca al percatarnos de su tardanza, con la esperanza de que sólo se hubiera roto una pierna. Al no hallarle, avisé al 112 desde allí mismo; ya quedaban pocas horas de luz y urgía comenzar la búsqueda. El helicóptero de Salvamento Marítimo sobrevoló la zona con un potente foco, pero no se pudo hallar su cadáver. A la mañana siguiente, la Unidad Canina del Principado rastreó la costa hasta la Reserva Natural de Barayo. La Guardia Civil telefoneó a casa para decirnos que al fin le habían encontrado en frente a Santa Marina, donde yo había mirado. Pero el propio acantilado impedía ver desde arriba un recoveco del fondo, donde yacía. Había muerto en el acto. Después de pasar la noche en vela tuve que acudir al lugar para firmar unos papeles, mientras veía cómo le izaban en la camilla metálica.

El pasado 8 de febrero, otro trágico suceso ha tenido lugar en la costa naviega con la desaparición de un menor en la playa de Frexulfe, arrebatado de los brazos de su abuelo por una ola. La última ola de su corta vida. No era precisamente una de esas olas juguetonas que tanto gustan a muchos niños. Esta familia, rota de dolor, tiene otro sufrimiento añadido, que es el de no tener rescatado el cuerpo de la criatura.

Quiero desde aquí manifestarles mis condolencias más sinceras y pedir respeto para ellos, porque en circunstancias tan terribles como éstas son muchos los curiosos que se acercan al lugar de la tragedia como si de un espectáculo se tratara. ¡Debería prohibírseles el acceso! Que se pongan en su lugar figurativo. Que se interesen por saber del tema por otros medios. No es lo mismo ir a contemplar los grandes oleajes de los temporales marítimos para sacar fotos que ir a ver unas escenas tan dramáticas.

Carmen Luisa Glez.

Navia

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