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Respuesta a don Faustino Villabrille, sacerdote

13 de Febrero del 2016 - Inés Morán Álvarez (Oviedo)

Me ha sorprendido esa radicalidad que muestra haciendo de sus opiniones una doctrina que hubiéramos de acatar como si fuera excátedra.

Para no alargarme en mi escrito, me ajustaré a cuatro de sus conclusiones del escrito que ha publicado en LA NUEVA ESPAÑA el 11/02/2016.

1º ) Los lectores que hemos tenido capacidad intelectual para leer su escrito tenemos la suficiente inteligencia para saber que una imagen con la que representamos los hombres a Dios no es Dios mismo. El hecho de que representemos a Cristo crucificado, por ejemplo, nunca es una falta de respeto a su divinidad ni a su humanidad, sino un medio humano válido para facilitarnos el acercamiento espiritual y sensible a Él.

Dios, como usted dice, aborrece las imágenes que los hombres pueden confeccionar sin que le representen, imágenes de ídolos humanos, becerros de oro. Pero el sentido común que Dios nos ha dado nos dice que siempre valorará los medios que el hombre emplee para acercarse y unirse más a Él.

2º) No somos espíritus puros, sino seres humanos necesitados para nuestra comprensión de imágenes, de lugares concretos a los que asociar nuestro sentimiento, de espacios en silencio en donde encontrarnos más fácilmente con nosotros mismos.

La fe nos da la certeza de la presencia real de Dios en el santísimo sacramento expuesto, y es en el santuario o iglesia en el que podemos encontrarlo y detenernos con él dándole culto. No es ninguna creación histórica ni cultural, sino una realidad que Dios ofrece al hombre para que el hombre le encuentre con facilidad. Por eso sorprende dolorosamente que usted, que indica que es sacerdote, diga categóricamente que los santuarios no son necesarios.

3) Dice usted que la verdadera imagen de Dios es el hombre. Pobre Dios si su imagen fuera el hombre; pero no, es el hombre el que fue creado a imagen de Dios y debe asemejarse más a Él, lo que es muy distinto.

Me niego tajantemente a creer lo que usted asevera, que sólo se hace por Dios lo que se hace por el hombre, porque cuántas veces la intención no es recta y se hace mucho por el hombre no buscando la gloria y el sentir de Dios, sino la gloria propia, el propio prestigio, la fama, la posibilidad de relacionarse con ciertos estamentos que interesan personalmente. Lo que se hace al hombre por Dios es lo que realmente beneficia al hombre, porque se actúa con el sentir de Dios volcándose en el maltratado, liberando al esclavo, apoyando al desvalido, luchando pacíficamente por la justicia en beneficio de los desfavorecidos y necesitados, etcétera.

4º) Dice usted que el dinero público debe ser para lo público. Convendrá, entonces, usted conmigo en que debería derivarse a lo que es el bien común y a cubrir las necesidades más perentorias, lo que sería muy razonable. Por eso me sorprende que no sea usted consecuente con su criterio, porque no le he visto publicar ningún escrito en el que expusiese la improcedencia de malgastar dinero público en cabalgatas de Carnavales o de orgullos sexuales, que no son nada comunitario.

Por último, no se convierta usted en juez de conciencias. No es usted quién (ni nadie lo es) para saber lo que hay en el corazón de las personas que portan un paso de Semana Santa o que lo contemplan. Posiblemente, nos sorprendería saber que muchas de ellas a través de ese esfuerzo y de esa ilusión están más unidas a Dios que los que nos dedicamos a criticarlas.

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