Partido, partida o exprópiese
Según el ilustre Cervantes, ya don Quijote defendió a un alcahuete que iba condenado a bogar en galeras. Con el alegato de que por ser alcahuete y limpio no merecía el ir a galeras, sino a mandarlas y a ser general de ellas.
Porque dicho oficio era de discretos y necesarios, y que lo debía ejercer gente bien nacida y aun había de haber un veedor y examinador de los tales. Como los hay para los demás oficios, evitándose muchos males por andar este oficio y ejercicio entre gente de poco entendimiento.
Esto es lo que sucede con nuestros políticos, que llegan a este oficio sin veedor ni examinador, cosa que debiéramos hacer los votantes, dejándonos llevar sin calcular las consecuencias, debido a la demagogia bien agitada y urdida.
En el germen de los males afloran los errores y esto pasa factura, son los casos de corrupción, los separatismos y los movimientos antisistema empotrados en nuestra democracia. Algunos políticos parece que han heredado las virtudes o no del dios Hermes, el cual era protector de los mercaderes y ladrones, gastaba bromas, sin que le descubriesen, era astuto e ingenioso, en su mano portaba una vara que le servía para hacer magia e hipnotizar a la gente.
Uno de los actuales dioses tiene coleta, nacido y criado mamando al amparo de la sociedad de bienestar, viste pantalones vaqueros, camisa blanca, a cuadros o morada, según la ocasión. Porta un bolígrafo en sus manos con el que hace los mismos ritos que el dios Hermes. Siendo tan astuto, ingenioso, obstinado y soberbio que supera a dicho dios.
El IV de Madrid, y decente por definición, es arrogante, lo que se dice maestro bien plantao. No es tan astuto como el otro, habla mal y está obstinado tanto con el candidato del PP como con sus votantes. Dijo "pactaré con todos menos con el PP y Bildu". Es la mayor blasfemia política que se ha dicho en democracia; por mucho que quiera disimular, no sabe, toda vez que su visión política no le da para más. Su meta es la Presidencia, aunque sea reina por un día.
Al otro lo delata su inseguridad tras la mirada, es equidistante, viste de corbata como los novilleros del primer escalafón, pero tiene que arrimarse, sufrir revolcones y cogidas y pasar por el hule antes de pronunciarse sobre quién será el padrino de su alternativa.
El becerro de oro de la corrupción: yo creo que hay pocas mesas o despachos que superen la prueba del algodón. Lo que sí está claro es que el metro de la corrupción de algunos tiene 260 centímetros, el de otros tiene 64 metros, y cuando se quiera plegar será imposible porque aflorarán otros más graves.
Partido, partida o exprópiese. La imaginación corre a más velocidad que la del sonido.
Antonio Requejo Rodrigo
Oviedo
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