La desfachatez de los deshonestos
En este tiempo en el que es bastante frecuente la presencia:
De hipócritas, de altaneros, de personas con doblez, de sepulcros blanqueados, de fariseos.
De personas: orgullosas, insensibles con los demás, deshonestas y poco creíbles.
De traidores que ante si se presentan como corderos y son lobos carroñeros que incluso con una sonrisa buscan, de una u otra manera, quedarse contigo, con lo tuyo o con ambas cosas.
De personas con doble moral que siempre justifican sus actos y que en la mayoría de los casos les mueve: el egoísmo, la trapisonda y el enredo para cumplir sus objetivos.
De creyentes que piensan o que actúan con la desfachatez de creer que, hasta en la iglesia y fuera de ella, pueden engañar a Dios y a los demás simultáneamente
En este tiempo en el que, por desgracia, te puedes fiar de muy pocas personas, dado el alto nivel:
De incoherencia, de deshonestidad, de transparencia y de limpieza.
Nos viene bien una parábola de Jesús sobre la verdadera oración, la actitud farisaica y la verdadera humildad:
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Estas personas anteriormente descritas, y que están además representadas en esta parábola de Jesús, habitualmente no sólo quieren engañar a los más cercanos, y de hecho los engañan en muchos de los casos, sino que quieren engañar a la sociedad y al mismo Dios:
Estas personas además producen un gran escándalo porque en muchos casos tendrían que dar ejemplo y por el contrario:
o Traicionan su propia causa.
o Traicionan sus creencias.
o Y se traición a sí mismos.
Convirtiendo en corrupto todo lo que les rodea.
En muchos casos, personas como éstas, pierden la honorabilidad que quizás han ganado durante muchos años, pierden el decoro, pierden la honestidad y se convierten en despreciados de la sociedad e incluso de sus propios hijos y de sus propios colaboradores.
De honorables se convierten:
o En escoria social.
o En personas que de ser apreciadas por todos tienen ahora que deambular en las cloacas, junto al fango de la inmundicia y de la podredumbre.
Estos, en muchos casos:
Esconden sus rostros porque se avergüenzan de su nueva condición.
Abandonan sus creencias dado el alto nivel de su deslealtad.
Son despreciados por su propia familia y por su propio entorno.
Y si se miran al espejo no son capaces de descubrir su rostro deformado por las miserias de su vida, por la fangosidad de sus acciones y por su doble moral.
El orgulloso, el hipócrita, el desleal, muchas veces:
Toma una benévola apariencia espiritual pero que esconde un grave pecado de soberbia, difícil de curar, porque está llena de buenas obras quizás, pero no para la gloria divina.
Usa a Dios rastreramente para la propia gloria.
La oración del fariseo es rechazada por Dios porque sus pensamientos son fruto del orgullo espiritual:
En ocasiones hace cosas difíciles y loables en sí mismas, pero con intención torcida.
Busca el secreto orgullo de saberse o creerse perfecto.
No le mueve el amor a los demás ni el amor de Dios, y no es consciente de que, sin la ayuda del Señor, no puede nada.
El publicano, en cambio, sí es consciente de su propia indignidad y por eso se arrepiente y pide perdón:
No se compara con nadie, ni se cree mejor que nadie. Él se sitúa en su sitio y Dios: le mira con compasión, le justifica.
La suya es una oración humilde, autentica, realizada con nobleza.
Y, por eso, es escuchada, arranca las bendiciones del cielo y queda perdonado.
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