La Nueva España » Cartas de los lectores » Semblanza de un franciscano

Semblanza de un franciscano

13 de Febrero del 2016 - Vicente Pedro Colomar Cerrada (Oviedo)

La iglesia de Nador (hoy en territorio de Marruecos), situada a unos 14/15 kilómetros hacia el Sur de la plaza española de Melilla, consagrada como “iglesia de Santiago el Mayor”, se terminó de construir en 1921 quedando bajo la dirección y control de los franciscanos capuchinos, pertenecientes a la orden de los Hermanos Menores Capuchinos y que integrados en los Franciscanos de la Observancia derivan de la Primera Orden de San Francisco. Dice la “regla de San Francisco de Asís” sobre la pobreza... “Mando firmemente a todos los hermanos que de ningún modo reciban dinero o pecunia ni por sí mismos ni por intermediarios...”. Y sobre el trabajo... “...y como remuneración del trabajo acepten, para sí y para sus hermanos, las cosas necesarias para la vida corporal, pero no dinero o pecunia...”. Ese grupo de franciscanos capuchinos tenía la misión de celebrar las misas y todos los actos religiosos que hubiere lugar por los pueblos vecinos y que estaban enclavados en su jurisdicción. Entre ellos los poblados mineros de las explotaciones de hierro, plomo y zinc abiertas por las intrincadas laderas del macizo montañoso de la cabila de Beni bu Ifrur (hoy Marruecos).

Retrocediendo en el tiempo y alcanzando los primeros años de la década de los cuarenta del siglo pasado, los vecinos de aquellos poblados esperaban todos los domingos y significativos días de fiesta como Navidad, Semana Santa y con especial relevancia la fiesta de Santa Bárbara el día 4 de diciembre de cada año, la llegada “del padre” (o de “los padres” en días especiales festivos). En uno de los escasos coches que en esos años disponía cada explotación minera para hacer todos los servicios obligados, llegaban aquellos hombres de Dios procedentes de Nador (a unos 20/25 kilómetros de los poblados mineros), cubiertos con sus hábitos marrones descoloridos y raídos que portaban una capucha y les llegaban de forma desaliñada hasta la altura de los tobillos. Llevaban amarrada a al cintura una especie de cuerda de color blanco con un nudo al final del trozo que le colgaba y calzaban unas esparteñas de cuero tan duro que les hacían sanguinolentas rozaduras en los pies. En invierno calzaban unos zapatos de cuero posiblemente de mayor dureza que las esparteñas. Aquellos hombres exhalaban de su propia personalidad dignidad, sencillez, humildad, moderación, austeridad y sobre todo exhalaban una vida llevada en una “santísima pobreza” como les era de obligado cumplimiento y que se expresaba muy claramente en la “regla de San Francisco de Asís”. Eran pura Iglesia...

Llegaba el padre franciscano al entrañable y humilde poblado enclavado en una de las vertientes de uno de los cerros del gigantesco macizo rifeño, donde los hombres se esforzaban en sacar de las entrañas de la tierra las rocas piritosas que luego habrían de cocer para sacarles el azufre que las envolvía. Sangre, sudor y lágrimas que habrían de servir para engordar los bolsillos de unos cuantos que pacían con un puro en la boca por los casinos de las grandes ciudades o visitando los campos trillados de su propiedad donde otros hombres, chupando de la mañana a la noche el embate de un sol de fuego o el frío de las escarchas de una blanca amanecida, se los cuidaban primorosamente. Emprendía el padre franciscano su caminar rodeado de niños escuálidos y vestidos tan pobremente como él, y posiblemente envueltos en el humo de azufre que desprendían las chimeneas de los hornos de desulfuración (piritas) y que un viento traidor empujaba sobre el poblado haciendo que al respirar llegase hasta las entrañas de sus moradores. Y así hasta llegar a la humilde capilla levantada en las mismas escuelas y cuyo altar quedaba al descubierto al abrir las puertas de la pared frontal de uno de los fondos del caserón. Se cerraban esas puertas al finalizar la celebración hasta el domingo siguiente.

Acompañado de dos monaguillos, niños del poblado, se disponía a celebrar la santa misa en latín y dando la espalda a los feligreses miraba hacia el sagrario. Detrás los niños en los bancos con su maestro y maestra a su lado, a continuación las recatadas mujeres con las mangas bajadas y la cabeza cubierta con un velo y ya al final los hombres que llenaban al completo la pequeña iglesia. Ellos iban a la celebración porque querían oír la plática del padre franciscano “metiéndose” con el ingeniero-jefe de la mina, situado en el centro hacia la derecha acompañado de su familia. Después del Evangelio y durante la plática, con esmerada educación pero con voz firme, le insistía al ingeniero-jefe una y otra vez que había que mejorar la vida de aquellas pobres gentes. Que con el raquítico sueldo que ganaban los hombres a duras penas podían dar de comer y vestir a una prole de cinco o seis pequeñajos (incluso 11) a los que habían que sumar los padres (unas 150/200 pesetas de media al mes los de menor cualificación). Que no podían seguir viviendo amontonados en aquellas míseras casuchas obligando a unos a dormir en quejumbrosas literas y al resto a desparramarse sobre colchonetas por el suelo del comedor-cocina. Que había que solucionar el problema de los servicios que tenían que emplear uno para cada cinco familias con un número importante de individuos que siempre producían problemas por la cuestión de la limpieza. Que había que darles ropa a los trabajadores. Que tenían problemas en las viviendas con el agua y también problemas con la luz eléctrica... Y así una queja y otra del franciscano-celebrante al ingeniero-jefe de la mina en nombre de aquellas familias mineras. En general que había que ayudarles de alguna forma y manera. Y en muchas ocasiones se producían fuertes discusiones entre ambos. Pero la lucha de esos franciscanos, denunciando un domingo tras otro la dramática situación de aquellos hombres de la minería, traía manifiestas compensaciones y así las empresas mineras construyeron sobre el año 1943-44 unos grandes comedores para dar comida y cena a todos los hijos menores de 14 años de las familias que residían en el poblado minero (se suponía que a esa edad habían dejado la escuela con el conocimiento de “las cuatro reglas” y se colocaban a trabajar en la propia mina)... Y en el correr del tiempo consiguieron que la mina repartiese ropa de trabajo a los trabajadores. Y en Navidad juguetes para los niños. Y que se arreglasen otros problemas de su humilde convivencia... ¡Y ellos, como hombres de Dios y obligados por su regla, continuaban viviendo en una rigurosa pobreza! ¡Caminando de un lado para otro con sus raídos hábitos y calzando sus duras esparteñas. ¡Haciendo Iglesia! ¡La que levantó Jesucristo con doce míseros pescadores! ¡No buscó hombres de fortuna! ¡Ni políticos! ¡Obreros del mar para su obra universal! Y así corrieron los años, viviendo todas aquellas familias en una situación de humildad, de sencillez, de camaradería, de unión para cuando llegaban los días de fiesta y de llantos hermanados cuando llegaba la tragedia a la mina...

¿Cuántas sotanas descoloridas y raídas vemos hoy en día por las calles? ¿Y en los autobuses? ¿Y en los trenes? ¿Y en la propia puerta de las iglesias? ¿Es un desprestigio llevar puestos los hábitos correspondientes a la congregación a la que pertenecen? ¡Y no me digan aquello “de que el hábito no hace al monje”! Muchos de los que hoy se dicen hombres de Dios visten con trajes de buen corte, van penados a lo Harrison Ford y el cuello cargado con más bucles que los señoritos andaluces. En muchas ocasiones cuando uno los ve llegar duda si vienen de una residencia de descansar o de una casa de citas... ¡Y así no se hace Iglesia! ¿Cómo viste el Papa? ¡Pues todos a vestir como él! El propio Papa Francisco lo está diciendo continuamente “...hay que vivir con sobriedad y huir de los lujos”. ¡Hay que seguir la “regla de San Francisco de Asís”! ¡Como lo hacían aquellos franciscanos de aquellos años en aquellos pueblos mineros! Hay que volver a ponerse los hábitos y las esparteñas, aunque hagan rozaduras. Hábitos que como también dice el Papa “...hay que oler a sudor (creo)”. ¡Pues claro querido Papa! Y esos hábitos deben oler a grisú, a salitre, a cemento, a cocina, a grasa... ¡Hay que dejar los Audi, los pisos de 200 o 300 metros cuadrados para un religioso jubilado! ¿Cómo vive el ex Papa Benedicto? La Iglesia es pobreza, es sencillez, es humildad... ¿Por qué abandonaron los púlpitos? Hoy se ponen en la lejanía del altar, detrás de un atril y si el celebrante es de pequeña estatura casi no se le ve y parece una voz que sale de ultratumba... ¡Vuelva la Iglesia a sus orígenes! Esta nueva sociedad ha perdido sus valores y sus principios renunciando a sus esencias humanistas y cristianas que son su razón de ser... ¡Y es obligación de la Iglesia despertar, colocarse el hábito, ponerse las esparteñas y a voz en grito de nuevo promover el sentido de la dignidad, de la obediencia, de la disciplina, del orden, de la puntualidad, del sentido del deber, del honor! ¡Con más énfasis para la clase dirigente!... ¡Que estos hombres de hoy en día que se dicen “hombres de Dios” promulguen una y otra vez la doctrina de Jesús! Empezando en las escuelas, iniciando su labor siempre en las escuelas... ¡Aunque cueste sacrificios, y enfrentamientos, y fuertes discusiones, y luchas... y morir en el embate si fuese necesario! Doctrina ejemplar en el sentido más social y en el sentido más conservador! ¡Y murió crucificado por defender esos principios!... ¡Iglesia resucita y evangeliza de nuevo esta España desnortada y descontrolada! ¡Dedíquense de nuevo sus hombres desde los púlpitos y con sus hábitos raídos a regenerar nuestra sociedad haciendo patria con una reafirmación contundente de nuestros principios, tradiciones y valores!Volver a la tradición. ¡Es urgente y necesario!Que hablen en los púlpitos los oradores que saben hacerlo. No podemos aceptar que por cumplir el trámite el celebrante nos lea una hoja que dice lo mismo que el Evangelio que ya nos acababa de leer. Eso produce cansancio y hastío. Aprovechen seglares que profundamente creyentes sepan hablar y decir algo. Adapten el Evangelio del día a uno de los problemas que atosigan a la sociedad actual en el orden de la cultura, de la sanidad, de la economía, del matrimonio, de las relaciones humanas, y tantos otros. ¡La esperanza de regenerar esta sociedad tan hedonista y materialista la tiene la Iglesia! ¡Esta labor de regeneración tiene que emprenderla la Iglesia! ¡Que vuelvan aquellos franciscanos de los hábitos descoloridos y raídos a enfrentarse con valor y energía expresa en la palabra a los que quieren destruir la obra de Cristo!...

Quiero expresar mi reconocimiento y agradecimiento al padre Pacífico, franciscano capuchino de la congregación de Nador, que vivió varios años junto a nosotros en aquel entrañable pueblo minero ubicado en las entrañas del Rif, entregado al sagrado deber de su ministerio... Los que aún nos mantenemos con vida jamás le olvidaremos y seguiremos pidiendo a ese Cristo, en su recuerdo, que ayude a nuestra querida España...

Cartas

Número de cartas: 46054

Número de cartas en Septiembre: 158

Tribunas

Número de tribunas: 2086

Número de tribunas en Septiembre: 8

Condiciones
Enviar carta por internet

Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.

» Formulario de envío.

Enviar carta por correo convencional

Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:

Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo
Buscador