¡Tradición!

13 de Febrero del 2016 - Eduardo Fernández Quiñones (Grado)

Se ha perdido el formulismo con la formalidad. Aun hay gente, espero, que conserva tradiciones o costumbres. De momento yo comienzo con el formulismo.

Hay tradiciones que parecen tener sentido. Nunca el sentido es intrínseco, es un significado cultural. He estado pensando en si conozco alguna tradición que tenga un sentido intrínseco, una utilidad per se que imponga un significado, quizá una utilidad.

Debería haber un punto de vista externo que podamos dar a cada decisión. Una abstracción en la que podamos ver cada cosa en su contexto real para saber qué es verdad, qué es historia. Cómo saber quién nos engaña y cuál es la tradición que tiene sentido.

Richard Feynman dijo que, vista desde fuera, es una costumbre ridícula esa de cepillarse los dientes. Un extraterrestre que nos observase sólo vería un gajo de La Tierra al que empuja el amanecer en el que la mayoría de los humanos se lava los dientes. Podrá haber una buena razón pero no la conoce. Incluso puede que alguien se lave los dientes sin saber por qué lo hacen los demás pero se los lava por costumbre. Visto desde fuera sin sentido. Profundizando, averiguando, la salud individual y la de todos cae detrás. Pero hay que ir mas allá, mas lejos, donde el significado queda. Donde hay otra forma de ver las cosas.

Lavarse los dientes quizá sea una de esas buenas costumbres. Intrínsecamente buena. Con sentido, quizás, hasta científico. Esa es una costumbre a conservar.

Todo lo traido por las costumbres parece presentarse voluntario a crítica y a cambio. Y, si no se presenta, lo ponemos en la picota por obligación. Porque para eso estamos en democracia.

Una grata tradición es la democracia, señor director, ¿alguien lo duda? Últimamente parece que si. Todo es criticable pero parece que esto no lo sea. A todo el mundo se le llena la boca de flores para hablar de por y para la democracia. Eso aunque a la hora de hacer, que no de hablar, no parezcan trabajar ni por ni para la ella.

"Sin tradiciones, nuestras vidas se menearían como un violinista en el tejado". El carnaval, la democracia, son esas tradiciones que conservamos y cambian casi sin que uno se de cuenta. Antes el carnaval era otra cosa, uno se reía con la gente. Ahora al votar noto que se ríen de mi. Es tradición el ir a votar en carnaval y que luego se descojonen de uno. Quizá esté mezclando términos.

Esa democracia de carnaval en la que sólo se sabe de mí si quiero a tal o cual partido, no lo parece... Democracia, digo. Democracia es otra cosa, o yo entiendo mal. La primera definición de la RAE que es la que todos entendemos es que nosotros somos los que ejercemos poder político. Nosotros, el pueblo, los ciudadanos. Tenemos que participar mas de todo esto.

La vida se mete en medio. Ustedes tendrán una vida. Uno tiene que pagar facturas e ir tirando. Uno se doma a si mismo utilizando el sistema: qué daño hace vivir. Vivir mata y no te informan en el paquete. La hipoteca y el proyecto, los problemas del día que hacen un mes y que heredan los años. Esas cosas que parecen darnos razón para salir de la cama cada día, moldean el comportamiento.

Ah, ¿quién no se vuelve conservador en tiempos de crisis? ¿Pues quién va a ser?: quien no tiene nada que perder.

Por otra parte, en España (este país), parece que la gente se aburre. En realidad si que hay quien no tiene nada que perder, cuando el último robo (la crisis) terminó con los problemas esos que nos atan al sistema de seis millones de personas. Sin el molde, sin esa correa que nos vamos haciendo y que es la llamada "responsabilidad", las tradiciones no tienen sentido. De hecho, el sistema no vale porque ni con el mayor esfuerzo podemos plantar y cuidar responsabilidades que nos aten a él y nos llamen a continuar con el teatro de creernos que esto funciona.

La tradicional democracia parece herida. Debiera refundarse. Debiera quitarse el trapo y salir desnuda como nació. Con una persona un voto. Con una ley para todos y todos iguales o ninguno. Sin Dios. Sin amos. Sin venta de salud ni vida. La democracia debiera asentar las tradiciones de todo lo que en costumbre es bueno de todas las prácticas que se cambiaron porque iban mal con el sistema.

Cuando los obreros trabajaban mas allá de su hora de sueño sólo en las sociedades que no supieron adaptarse se continuó el despotismo. Sólo ellas cayeron vengadas en sangre de rey o sólo allí los ejércitos aplanaron las glebas. Hoy, algunos, tenemos la perspectiva histórica y podemos (algunos podemos) aplicar adjetivos a todo lo malo que fue. Hay aun quien no sabe siquiera llamar historia a la historia ni dictadura a la dictadura.

La tradición que no supo reaccionar o lo hizo en malos modos es recordada hoy día, intrínsecamente, como una mala tradición... Clasicismo... Reacción... Rito... Folclore... Barbarismo... Irracionalidad, confusión, ignorancia.

Es la costumbre. Hay un bien, un mal y muchas letras que leer o muchos años que vivir, que luchar, para limpiar borrones y coágulos a los que llamamos historia, ciencia, voluntad, deseo, hambre, dolor. Todo lo que la necesidad le pide al hombre, todo lo que el hombre se niega y no quiere permitir a los demás. Libertad o, al menos, que la jaula sea suficientemente grande como para que no nos agobie. Lo malo no es que se vean los barrotes, lo malo es que los pinten de azul y lo llamen cielo.

He leído su periódico, señora directora. Está lleno del tradicional ruido. Del ruido ese que nos hace reir tristemente en los bares y nos enfada cada mañana. Ruido de sirenas, de calle y suciedad. Crepitar de fuego. Gotas de lluvia, ríos de tinta y sangre. Borrones y grumos.

Cruje la vieja madera de la tradición al vano pisar de quienes dicen saber renovarla.

Y, a todo esto, venía a preguntar si sirve un taladro para calafatear.

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