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Hablar del sistema de pensiones es echarse a temblar

14 de Febrero del 2016 - José Luis Álvarez Lauret (Gijón)

Leyendo los informes sobre la previsión de la evolución de las pensiones en España para los próximos años, publicados por LA NUEVA ESPAÑA, el 13 y 14 de febrero, dan ganas de cualquier cosa menos de seguir en este perro mundo.

¡Qué a gusto están aquellos que sólo se preocupan de si el equipo de fútbol de sus amores va bien o mal, y aquellos otros que dicen que nunca llovió que nun parase, y que lo que hay que ver ye si la sidra de esti añu ta buena o ta mala! El resto, los que tenemos la tonta costumbre de preocuparnos de si nuestra actual fuente de ingresos, que es la pensión de jubilación de la Seguridad Social, va bien o va mal, esos lo tenemos crudo; ni vivimos ni nos dejan vivir. Los que tenemos la suerte de tener pensiones del tramo medio o alto, aún podemos permitirnos esquivar el temporal pensando que para lo que nos queda en el convento, para sopa va alcanzarnos, pero aquellos -y son muchos- que ya están ahora haciendo malabares para que sus míseras pensiones les cubran los gastos básicos de sus casas durante todo el mes, esos, a tenor de lo que se nos anuncia, lo tienen negrísimo.

Desgracia de generación la nuestra. Primero, los vencedores en la contienda nacional nos amargaron la vida siendo niños haciendo cola en el Auxilio Social para poder comer unes patatones mal cocíes; luego, en la juventud, nos obligaron a trabajar en profesiones no deseadas y a hacer la puñetera mili, sin más derechos que el de colgar los cataplines a la entrada de la puerta del cuartel y ser tratados -en mi opinión- como verdaderos borregos por unos mandos que, en su mayoría, no pasaban de ser unos chusqueros sin la formación necesaria para ocupar los puestos que ocupaban. Para acabar de rematarnos la faena, ahora, cuando creíamos que estábamos gobernados por quienes en democracia se suponía eran nuestros defensores, nos vienen con que en lugar de intentar endulzarnos el pastel de la vejez, resulta que nos anuncian amargárnoslo para el resto de nuestros ya de por sí amargos y escasos días.

No sé si fue el actual Papa o el anterior el que nos dijo que el infierno no existe. Me atrevo a decir que no es cierto. Quizá no exista en el otro supuesto mundo, pero que existe en éste está súper demostrado.

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