A empujones

18 de Febrero del 2016 - José Luis Peira (Oviedo)

Once de la mañana, cola de la panadería de un supermercado. Siento sobre mi pie la rueda de un carrito de la compra; la mujer que lo arrastra, incluso notando, como ha debido notar, el resalte, ni mira para mí. Antes de que transcurra un minuto un hombre que va a dejar un par de bolsas junto a una columna para hacer la misma cola me embiste y continúa como si nada; mi resoplido indignado le hace reaccionar y entonces, sólo entonces, pide disculpas. Mido uno ochenta y con abrigo y botas debo pesar más de noventa kilos, no comprendo la causa de mi invisibilidad. La lista es larga, casi interminable, pero sin salirme de los supermercados ni de esta misma semana puedo dejar otro suceso: un conocido comercio que hace ofertas semanales, estoy junto a un contenedor que tiene zapatos a buen precio, aquilato el producto cuando un carrito de mercado se empotra contra mi cadera. La señora que lo empujaba ya está rebuscando trapos en la jaula colindante; de un golpe seco y malhumorado de esa cadera mía le devuelvo el carrito, entonces sí que reacciona, afeando mi gesto, faltaría más.

La gente joven tiene el sambenito de la mala educación y ausencia de modales. Estos ejemplos que cito han sido protagonizados por personas de más de 60, por lo que concluyo que la falta de urbanidad y educación están extendidas por todas las capas generacionales. Hace más de diez años vine a vivir a Asturias desde Madrid, entonces en comparación con una ciudad cuyas señas de identidad se me antojaban el atropello, los empujones y las faltas constantes de respeto, este lugar del Norte me pareció un remanso de formas, cortesía y modales. Pero vengo observando desde hace un tiempo que esa mínima urbanidad anda en vertiginoso retroceso. Soy de los que dan los buenos días, las gracias y ceden el paso. A cambio, y cada vez más, me encuentro con empellones, portazos y caras de pimiento. Como por experiencia vital sé que esto no tiene remedio y a mí eso me provoca úlceras, he de decidirme entre dos alternativas: o me marcho a vivir a un país civilizado o me comporto como todos y para mi militancia me hago estampar una camiseta con una frase que circula por las redes.

Aquí todo el mundo va a lo suyo, menos yo, que voy a lo mío.

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