Cinco minutos

9 de Noviembre del 2009 - Enrique Álvarez Santullano (Oviedo)

Cinco minutos, apenas un poco más de lo que usted empleará en leer esta carta, fue el tiempo que necesitaron la semana pasada dos gerentes y un contable para despedir a un compañero después de catorce años en la empresa. Sí, sí, lo sé, no es original. Esto ya lo han visto u oído antes. Nada nuevo, así que lo intentaré de otro modo. Empezaré otra vez. Cinco minutos: tras la noticia, el brutal mazazo llega en forma de golpe vertical sobre el cráneo. Poco a poco el dolor se extiende por toda las partes de la cabeza y comienza a tener dificultades para entender las palabras de sus jefes. La sombría y mal ambientada habitación que hace de despacho se vuelve, ante su sorpresa, cada vez más pequeña, en la medida en que se agrandan los rostros, que ahora miran hacia otro lado.

Tiene suerte, piensa aturdido, si las paredes no se mueven, o si el suelo no se inclina sobre su plano de visión. Quiere hablar, pero tiene arena en la garganta. Cabecea levemente hacia bajo y descubre sus dos zapatos separados unos centímetros del suelo. Está levitando. Ve, separándose tímidamente de la escena, como en una ficción, lo que le está pasando a alguien a quien reconoce como él mismo. Recuerda nítidos, vividos, luminosos, solamente interrumpidos por un brillo cegador, multitud de anécdotas del trabajo. La mayoría, simpáticas. Como fondo, en la escena hay voces entrecortadas, extrañas palabras que no logra entender muy bien y poco le importan (improcedente, situación real, balance, viabilidad...) y papeles rellenos con cifras por toda la mesa (firma aquí, no podemos hacer otra cosa, bla, bla...) Ahora siente un ligero mareo acompañado de sopor. ¡Qué a gusto estaría dormido! Sabe que se desmayaría si no fuera por la rabia, la impotencia y, sobre todo, por los incontrolados y salvajes latidos de su corazón. Sólo desea escapar, salir corriendo y cerrar la puerta de ese despacho tras de sí. Escaleras abajo aún tiene un último impulso de incorporarse a su puesto de trabajo, pero rectifica a tiempo. El golpe es fuerte y está confundido. Se va.

La sorpresa que provoca la inexplicable decisión es la antesala de una pena que se instala en los huesos y se siente en el pecho. De aquí no se ha ido. Parte de lo que somos sus compañeros es lo que él nos ha dado, y eso no se puede borrar como un número, en sólo cinco minutos.

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