La varita mágica
Todos los partidos políticos acuñan manuales de estilo y comunicación para hacer llegar sus propuestas y objetivos electorales. Las ideologías no han muerto del todo, a tenor de la profusión del verbalismo florido “progresista”, “reformista” o de desleal “derecho a decidir”. Unos hablan en términos de utopía, no necesariamente algo negativo, totalitario e irrealizable, sino abridor de horizontes. Otros, en términos de “sensatez“ y cuantificable crecimiento económico. Esto viene a ser la democracia liberal representativa: la elección pluralista de los rostros visibles de la comunidad política según criterios de escena, labias y estéticas. Es ineficiente, irracional económicamente, la obtención afanosa y costosa de información valiosa sobre temas políticos por parte del “votante medio”. A pesar de que siempre abunden los crédulos hinchas, los ciudadanos se han hecho más exigentes y se sabe de sobra que nadie tiene la panacea, el Bálsamo de Fierabrás o la lámpara maravillosa que nos solucione todos los problemas. Ahora se reclama más participación y un mayor control democrático de los asuntos públicos. La realidad es que estamos muy sujetos a la interdependencia de la globalización, existiendo patentes condicionamientos impuestos por los poderes fácticos y los cambios tecnológicos. La democracia social-liberal se consolida mediante entretenimiento y mitos de bienestar; es algo más que demagogia y un concurso mediático de habilidades talentosas, asegura las libertades públicas y los méritos individuales, la implementación de agendas sociales prioritarias y la representatividad más cercana a los intereses de los ciudadanos. Es constatable que muchos de los verdaderos problemas no se atajan porque obedecen al cortoplacismo electoralista, que muchos políticos actúan como aprovechadas élites extractivas, pero son las dictaduras, que aquí no padecemos, las verdaderamente corruptas y sangrientas. Habitamos un paraíso frente a otros infiernos en el planeta: guerras civiles fanáticas, drama de los refugiados, penurias infrahumanas. Pero, expuestos a tanta saturación de incertidumbres y calamidades, el cinismo hace mella. Cuando es necesario retomar algún clima de optimismo y confianza.
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