Medidas desesperadas
Lo que le está sucediendo al Partido Popular es para nota. Si con todas las herramientas de que dispone a su servicio, mecanismos de autodefensa, viento a favor y posibilidad de torcer y retorcer a antojo, no consigue eludir los banquillos, día a día, apareciendo como un foco epidemiológico de golfería y choriceo, es que el problema debe de ser de dimensiones descomunales. Ya lo advirtió hace no tanto un juez apartado a patadas del camino por cruzarse a destiempo. Tiren de hemeroteca. Como los integrantes de una secta, muchos se abrazan entre sí para esperar el final, rodeados de gases lacrimógenos que les tira la justicia para desalojarlos del zulo.
Cada vez más, a falta de otros argumentos, se les oye apelar a sus mayorías en las urnas, lo único que saben que les puede redimir. Y no les falta razón, un puñado de millones de votantes acríticos que jamás les pedirán cuentas es el mejor flotador de que podrían disponer. Libres, al fin, de esa gaita de las investigaciones, las imputaciones y los sumarios. Tiene gracia que se quejen de que sólo les pitan faltas a ellos, va a ser que los jueces y fiscales son todos unos bolcheviques, mira tú, resulta que la revolución ha llegado y yo sin enterarme.
Uno de sus bultos sospechosos tradicionales ha dicho que si se divulgara el nombre del policía que filtró cosas suyas, todos dormiríamos más tranquilos. En eso tiene razón, no hay nada que quite más el sueño que el conocimiento. En Matrix te ofrecían una pastilla azul para olvidar, para votarles, para vivir una vida dejándose guiar. La opción de la pastilla roja, o verde, te condenaba a una dignidad extraña, habitando un submarino acosado y comiendo a todas horas una papilla gris.
Cuanta más sabiduría, tanto más disgusto; cuanto más conocimiento, tanto más dolor. Eclesiastés, 1,8.
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