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Desde la mísera chusma

25 de Octubre del 2009 - Juan A. García Alonso (Oviedo)

En la página 4 del diario de su digna dirección de fecha martes 13 (conjunción que muchos diputan por aciaga y que a mí, en esta ocasión, se me mostró venturosa) de este mes de octubre, se acoge media columna en la que, como estímulo a mi vanidad, observo que soy objeto de atención para dama de tanta alcurnia, y con excelsa representación popular como concejal del Ayuntamiento de Oviedo por el Partido Popular, que responde al nombre de Concepción (no me atrevo a emplear el familiar «Conchita», dado el más que evidente desnivel social que nos separa) García (alegre y familiar coincidencia en apellido, que, pretenciosamente, me eleva la estima).

Resulta entrañable este merecimiento y, en consecuencia, agradecido para quien, como yo, pertenece a la mísera chusma. Y es por este debido agradecimiento por el que me permito el atrevimiento de intentar deshacer algunos errores que, ¡no por ignorancia!, cabe imputar a persona tan instruida, por su importante cargo, en lo que se refiere a las vidas ajenas.

Pero antes he de poner de relieve mis carencias e ignorancias.

Dice doña Concepción, refiriéndose a los colectivos vecinales (no especifica si de Oviedo u otras ciudades): «Nos hemos reunido con casi todos».

Discúlpeme, doña Concepción; en mi modestia de ciudadano de a pie, tan sólo tengo un trato regular con unas veinticuatro asociaciones de vecinos de este municipio y ninguno de sus dirigentes, al igual que yo, conoció el proyecto de la nueva ordenanza hasta que, parcialmente, se publicó en LA NUEVA ESPAÑA. Quizás estén comprendidos en ese «resto» con el que tiene pensado reunirse esta semana, en el que esperamos encontrarnos.

Y ahora voy con los anunciados errores, involuntarios, por supuesto, para una mejor comunicación futura (caso de que deba haberla, claro).

Dice doña Concepción que «hablo de mala fe» (sic). No con mala fe, no. «De mala fe».

Verá, señora, a diferencia de usted, que, me dicen, es persona de fuertes creencias religiosas, similares a las que llevan a la inmolación y a los altares (destino que le deseo fervientemente en un, muy lejano, futuro), es bien conocido entre quienes, aunque parezca increíble, practican la generosidad social de tratarme, mi agnosticismo, por lo que poca o ninguna fe pueden albergar mis palabras, cauce de mi paupérrima expresión oral.

Algo que, sin duda, me aboca a una eternidad desdichada en ese Gehena al que me dirijo, al parecer, con apremiante velocidad.

Y finaliza, al menos la noticia que cito, poniendo en su boca que tengo «ausencia de independencia política».

Sigo ilustrándola con interés, doña Concepción. En mi ya larga vida tan sólo he estado afiliado (obligadamente, ya que de lo contrario me estaba prohibido el acceso a la Biblioteca, sita entonces en los locales de la calle de San Vicente, ahora anexo al Museo Arqueológico), al Frente de Juventudes, perverso invento de la dictadura, cuyo carné aún conservo como curiosidad histórica.

Una vez en la pubertad, y hasta el día de hoy, no he vuelto a militar en ningún partido político y, dada mi provecta edad, pues ya he entrado en la definición de anciano decrépito, no es de esperar que lo haga en el futuro, lo cual es, al menos para usted, fácil de comprender, dado el extremado rigor que este tipo de organizaciones emplean a la hora de admitir, según a quiénes, en sus filas.

Vea, si no, su propia formación política, cuyos distinguidos miembros abren diariamente los informativos de radio y televisión y ocupan las primeras páginas de todos los periódicos.

¡Imagínese que yo quisiera ingresar en tan encumbrada comunidad! ¡Y que me admitieran por un inexplicable y trágico error! !Qué bochorno! ¡Qué oprobio!

Estoy seguro de que usted, y otros muchos militantes, abandonarían su carné antes de que les relacionaran con tal paria, clase intocable, como usted sabe.

Estoy seguro de que no estarían en un club en el que me admitieran a mí, parafraseando a Groucho Marx (perdón por el apellido, pero puedo jurarle que no lo he hecho a propósito).

No es, pues, independencia política lo que cabe atribuírseme, distinguida dama; es libertad de criterio, término que diputo desconocido por su parte y que, gustosamente, me ofrezco a explicarle con el debido detenimiento hasta su total comprensión.

Reiterándole mi agradecimiento por su atención hacia mi humilde persona, por la que siempre le seré deudor, reciba mi mayor consideración.

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