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Unidad sacrosanta

6 de Marzo del 2016 - Ismael Almanza Riesco (Pola de Siero)

Hace unas pocas fechas conocimos la noticia de que un magnate saudí ha comprado la finca donde solía cazar el Rey emérito acompañado de una cuadrilla de machos ibéricos, en el sur de Extremadura. Una fincucha de ocho mil y pico hectáreas, total nada. Por la misma ley del libre mercado, cabría la posibilidad de que ese mismo sujeto, o cualquier pariente cercano, decidiera comprar todos los olivares al sur de Despeñaperros, o que cualquier otro mangante del petróleo –a esos les da lo mismo ocho que ochenta– se encaprichara de toda la Costa Brava. En tal supuesto (perfectamente verosímil según la citada ley, que no es otra que la ley del dinero), ¿seguiríamos hablando de Andalucía y Cataluña como de dos regiones españolas? Y si esto puede pasar con el libre mercado, no quiero ni imaginar lo que podría pasar con el libre hipermercado que se nos viene encima si se consuma la ignominia del TTIP, por el cual caeríamos definitivamente en las garras del capitalismo más implacable y cruel. Si Dios no lo remedia –cosa difícil, porque lo tienen secuestrado desde hace mucho tiempo–, quedaremos expuestos a que cualquier monstruo salvaje (tipo Monsanto) se plante en la Meseta superior para pregonar: "Ancha es Castilla, aquí se cultiva lo que yo diga y como yo quiera".

Pudiera sonar a alarmismo, pero no lo es en absoluto. No hay más que echar un vistazo a la esquilmación que está sufriendo América Latina, donde los gobiernos, uno tras otro se van convirtiendo en mercenarios al servicio de las multinacionales. Pero los políticos europeos, entre ellos los nuestros, que están negociando clandestinamente ese fatídico Tratado, no pueden catalogarse de manera diferente. ¿Les importa realmente la unidad de España que tanto pregonan? ¿Y qué es lo que entienden por tal? Jamás la unidad podría ser hija de la desigualdad, y si por algo se caracteriza este país es por sus flagrantes desigualdades: desigualdad de género, que desemboca en horrendos asesinatos casi a diario; desigualdad jurídica, que se traduce en imposición de penas injustas al no aplicarse la misma ley; desigualdad económica, que hace que aumente no sólo el número de ricos a la vez que el número de pobres. Por eso, la unidad de España que dicen defender no pasa de ser una simple entelequia, heredada del nacional-catolicismo y sustentada en tres supuestos ficticios: Dios, patria y rey. Tres supuestos que sólo sirven para alimentar el fanatismo de algunas capas sociales y para mantener los privilegios y la inmunidad de unos cuantos gerifaltes. Pero España ni es católica (por más faroles que saquemos a las calles en la Semana Santa), ni es patriótica (entre otras razones, porque arroja a sus jóvenes al exilio económico), ni es monárquica sólo por tener un rey confinado en un palacio viendo la cantidad de habas que se cuecen en su lujosa mansión.

Así que no nos vuelvan otra vez con la monserga de la ruptura de la unidad de España. La aspiración a la soberanía de Cataluña no es ninguna amenaza para esa supuesta unidad. En cualquier caso, la emancipación de un miembro no significa que no siga formando parte de la familia. Y si esa soberanía diera lugar a la creación de una sociedad más próspera, justa e igualitaria, creo que deberíamos celebrarlo, tanto si se trata de Cataluña, de Palestina o de la Cochinchina. Lo que no nos vale de ninguna manera es esa ficticia unidad española, carente además de soberanía, como no sea otra que la capacidad de reprimir internamente, de recaudar impuestos y de practicar el juego de la estadística. De puertas para afuera, nuestra soberanía cabe en la isla de Perejil, todo lo demás es zona franca donde unos nos descuartizan a golpe de chequera, otros nos colonizan, otros nos gobiernan, otros nos austericidan y hasta un odioso país, tan pequeño como sanguinario, se atreve a querer imponernos su particular ley mordaza, como si no tuviéramos ya bastante con la que tenemos.

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