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La memoria histórica es patrimonio de todos

8 de Marzo del 2016 - Paco Domínguez (Avilés)

Un párrafo de la letra de esa hermosa canción titulada "Ódiame", creada por un grupo peruano de cuyo nombre no puedo acordarme, dice así: "Odio quiero más que indiferencia, porque el rencor hiere menos que el olvido". Ésta y no otra hubiera sido la respuesta más audaz para el expresidente más inteligente. Se ve que los años no pasan en balde.

De aquel Felipe de "OTAN no, bases fuera" y "antes que marxista hay que ser socialista", y continuando con los GAL, Filesa, Malesa, Time-Export, las mayorías absolutísimas y las minorías mayoritarias, hasta este otro que comparte con la de origen la nacionalidad colombiana, median treinta y cuatro años. Un largo período lleno de luces y sombras. Entre las luces, una larga retahíla de derechos democráticos que nos acercaron lentamente hasta integrarnos definitivamente en la Europa de los derechos sociales y los mercaderes sin fronteras. Entre las sombras, un desgraciado listado de corrupción, crímenes de Estado, financiación ilegal, expolio de los fondos reservados, grabaciones sin autorización judicial de políticos de la oposición y reclusión carcelaria de un ministro, un secretario de Estado y un gobernador civil, entre otros altos cargos. Resumiendo: Felipe González, en catorce años de Gobierno, dilapidó cien años de honradez ideológica socialista. Ahora, los sucesores de aquel legado de izquierdas pretenden secuestrar nuestro patrimonio, el de todos, el que no puede robarnos nadie: la memoria histórica.

Lo relatado en el párrafo anterior sería suficientemente contundente como para mandar a Felipe González al ostracismo político. Pero no, lejos de entonar el "mea culpa" y retirarse a los cuarteles de invierno, después de pedir perdón por tan nefasta actuación en materia de seguridad ciudadana, financiación ilegal del partido y malversación de los fondos reservados, Felipe González sale a la palestra periódicamente a dar lecciones de procedimiento político, cuando no de moral. Más que enfadarse con Pablo Iglesias junior, Felipe González tendría que sonrojarse.

Parece ser que la ley de Memoria Histórica sólo reza para los dictadores muertos. Los crímenes de Estado cometidos bajo el régimen democrático hay que ocultarlos y, a poder ser, erradicarlos de la memoria. A González no se le puede juzgar ni mentar sus gravísimos errores, hay que adorarle como a un dios vivo, según descripción usada por un dirigente socialista vasco ya fallecido. ¿Acaso cree Felipe González y sus atributos que sus actos y malas y buenas artes van a escapar de la pluma que escribe nuestra Historia? Su consuelo debe de ser que para entonces, todos calvos.

Hay en nuestro país un nuevo estilo y uso parlamentario según los cuales decir la verdad es hablar con palabras de trazo grueso. Son, naturalmente, ideas lanzadas "urbi et orbi" por medios de comunicación con intereses partidistas. La cortesía parlamentaria debe prevalecer sobre la verdad, sobre todo cuando ésta es dolorosa. Desde Felipe II hasta Felipe González y mucho antes, las partes más oscuras de nuestra Historia hay que mantenerlas en el olvido o retorcerlas (en esto, vascos y catalanes son verdaderos expertos). Hasta el líder de IU, señor Garzón, está de acuerdo con esta fábula parlamentaria. Vivir para ver.

Pero aun siendo gravísima, por tétrica y fuera del orden constitucional y jurídico, una parte de la acción de Gobierno llevada a cabo por Felipe González, lo más doloroso es que sus formas de hacer política, barriobajeras y mentirosas aún persisten en el Parlamento español. Alfonso Guerra llamó tahúr del Mississipi al entonces presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y aquello ni fue rectificado ni pedida excusa alguna. Claro es que esa lindeza la soltó un arrebatador socialista andaluz, también con aspiraciones a vicepresidente. Memoria histórica, sí, pero para todos, incluso, aunque duela, para los crímenes de Estado cometidos por los gobiernos de Felipe González. Ya lo dice el refrán: quien tiene la lengua aguda ha de tener la costilla dura. En el Parlamento debe caber todo menos la mentira y el maltrato físico y moral, por razones recogidas en nuestra Carta Magna. Y ya puestos, pedirle al Grupo Socialista de la Cámara que frene los entusiasmos dialécticos de Corcuera y Leguina, aunque sólo sea por aquello de no confundir con las siglas al respetable.

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