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La mujer es el futuro del hombre

6 de Marzo del 2016 - Mario José Diego Rodríguez (Gijón)

En 1977 la ONU declaraba el 8 de marzo como Día Internacional de las Mujeres, día en el que se honra a la mujer de diversas maneras; no obstante, fue el 19 de marzo de 1911 cuando este Día Internacional de las Mujeres se celebró por primera vez. Millones de mujeres se manifestaron por las calles ese día, respondiendo así al llamamiento de la Segunda Internacional obrera.

Esa iniciativa la debemos a Clara Zetkin, militante del Partido Social-Demócrata Alemán (SPD), principal partido de la Segunda Internacional, reclamándose aún, en esa época, partidaria de las ideas de Marx y Engels, sus fundadores.

Es en marzo de 1910 cuando Clara Zetkin y las militantes de la Internacional obrera, tomando como ejemplo el Primero de mayo, decidieron, en nombre de todas las mujeres afiliadas a los partidos socialistas en el mundo entero, organizar un Día Internacional de las Mujeres para defender sus propias reivindicaciones.

Esa iniciativa no respondía únicamente a una posición de principios sobre la igualdad entre hombres y mujeres, sino también a una preocupación fundamental sobre la situación de las mujeres en la sociedad, en general, y en el mercado laboral, en particular. El desarrollo del capitalismo acabó enviando a millones de mujeres a las fábricas, lo que evidenció, para la mayoría de los obreros organizados, que la clase obrera no podía luchar, y menos aún ganar su lucha contra los explotadores, sin las mujeres.

Si el derecho de voto y la igualdad encabezaban sus reivindicaciones, las trabajadoras, por ser la fracción de la clase obrera más explotada y oprimida, tenían otras más: aumento salarial para poder ser independientes económicamente; protección durante su embarazo y una vez dado a luz, para que no fuesen despedidas; el derecho a la educación y a la formación profesional, reservadas exclusivamente para los hombres; poner un término a la doble jornada de trabajo, la realizada en la fábrica y, acto seguido, la realizada en casa.

Desde entonces, han trascurrido cien años y, a pesar de ello, es una evidencia que aún queda mucho por hacer para que la emancipación de las mujeres sea una realidad.

En los países pobres, dependiendo de las bárbaras costumbres ya sean religiosas o políticas, la sociedad mantiene a las mujeres en la Edad Media, víctimas de palizas, de la escisión, violadas, casadas por la fuerza, apedreadas, repudiadas e incluso quemadas vivas.

En los países avanzados, el auge de las ideas reaccionarias es una amenaza para las mujeres y sus derechos. Los prejuicios machistas, la discriminación en el trabajo y la esclavitud doméstica es pan de cada día para ellas y no es de extrañar que en Europa, según las estadísticas, entre el 20 y el 25 por ciento de las mujeres sufra violencia en alguna ocasión y que siete mueran cada día asesinadas por sus parejas y exparejas.

Hagamos entonces del 8 de marzo, a pesar de haber sido oficializado por los poderes públicos, no solamente un día en el que honramos a las mujeres, sino también un día de lucha para mostrarnos solidarios y hacer nuestra la lucha de todas las mujeres combatiendo por sus derechos, tanto en los países pobres como en los avanzados.

No habrá emancipación de la clase trabajadora sin emancipación de la mujer, y viceversa, puesto que la opresión de las mujeres no es consustancial a las relaciones entre hombre y mujer, pero sí a la privatización de los medios de producción y a la explotación que esta privatización genera.

Privatización de los medios de producción y explotación, dos cimientos sobre los cuales reposa aún nuestra sociedad, desde la sedentarización de la especie humana y la abolición de la sociedad matriarcal que dicha sedentarización conllevaba.

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