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La que se avecina

11 de Marzo del 2016 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Valga el título de la conocida serie de televisión caracterizada por satirizar, con alguna dosis de humor negro, las relaciones de convivencia entre una comunidad de vecinos, con el fin de ilustrar lo que nos puede deparar a todos los españoles el presente panorama político heredado de las pasadas elecciones del 20 D y escenificado en el Parlamento con el controvertido intento de formar Gobierno por el improvisado candidato socialista. No es que la situación tenga mucho que ver con el humor, pero sí con los enredos y grotescas situaciones a las que podemos asistir en el tiempo de transición hasta que, por cualquiera de las vías constitucionales que aún quedan por recorrer, podamos tener un nuevo Gobierno en España.

Las dos sesiones parlamentarias de la fallida investidura del señor Sánchez únicamente han servido para manifestar, de manera clara, no sólo el total desencuentro entre las dos formaciones políticas que mejor podrían contribuir a la gobernabilidad del país, sino al profundo odio que se profesan los dos máximos representantes del PSOE y PP, pervirtiendo, con su ejemplo, el limpio ejercicio de la política hasta el límite de transformarla en un mero politiqueo de intrigas y bajezas. La obsesiva pretensión de alcanzar la presidencia del Gobierno del candidato socialista, con una exigua representación parlamentaria, como medio para salvar su propia cabeza dentro de la organización, unida a la incapacidad del actual líder popular, señor Rajoy, de entender y comprender que, por multitud de razones, su tiempo político ya está obsoleto y necesita dar paso a otra persona sobre la que no se puedan atribuir responsabilidades de los graves problemas que aquejan a su partido, está lastrando cualquier solución política asumible y razonable que pueda dar una salida al complicado laberinto en el que nos encontramos, e incapacita, de facto, a los dos representantes citados para seguir liderando sus organizaciones.

Aunque alguien intente sostener que, a partir los pasados comicios, los tiempos políticos han cambiado de forma radical, el hecho real es que, desde la situación actual en el Congreso y Senado, nada que pretenda tener continuidad y pueda generar confianza se podrá llevar a cabo sin el concurso de los dos grandes partidos tradicionales. Cualquier otra combinación estaría condenada a una vida efímera o, lo que sería peor, a un estrepitoso fracaso. El concurso de Ciudadanos, con un líder que confunde una sesión de investidura con una moción de censura, que no era precisamente lo que tocaba, y que ya ha empezado a viciarse con la mentira y las medias verdades en un desesperado intento de lograr lo que por naturaleza es imposible, junto con el máximo representante de Podemos, profundo admirador de regímenes políticos como el venezolano y el cubano, que confunde el término de enaltecimiento del terrorismo con el de la actividad política, y que criticando con extrema dureza a la casta ha terminado por demostrar su gran afinidad y apego al poder y la pasta, no han aportado nada nuevo de valor tangible a lo que ya teníamos, salvo el aumento del número de comensales a la mesa. Si bien las intervenciones del señor Rivera, salvo su insistencia a equivocarse de discurso, no han dejado más evidencia que la su bisoñez en estas lides, la intervención del señor Iglesias, cargada de resentimientos e insultos, ha dejado meridianamente claro el futuro que nos espera si, por mor del destino, alcanzase los objetivos que pretende. El exordio en su segunda intervención parlamentaria, ha sido el propio de un delegado de curso de 1º de bachiller y no el de alguien que pretende nada menos que alzarse con el máximo poder dentro del Ejecutivo de la nación.

Puestas así las cosas, unas nuevas elecciones generales, siempre que haya cambio de cabezas de cartel en los dos principales partidos, podrían ser un mal menor que facilitara la salida del actual marasmo en el que estamos inmersos. Eliminar frentismos y sectarismos sería la condición sine qua non para poder cambiar las cosas: un cambio de políticos para poder cambiar de políticas. En caso contrario, si nada se mueve, es más que seguro que después de unos nuevos comicios nos volvamos a encontrar en el punto de partida. Si, por desgracia, esto ocurriera, se va a tener que ampliar el horario de apertura de las iglesias para atender la demanda del personal, sencillamente por aquello de que Dios nos coja confesados.

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