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El premio Príncipe de Asturias, para los profesores

26 de Octubre del 2009 - Juan Castañeira Fernández (Madrid)

Nadie pone en duda que la autoridad de los profesores debe ser reforzada tanto dentro como fuera del aula. Si es débil la autoridad del profesor dentro del aula, es que vino a menos también su estimación social. El título de don antepuesto al nombre que se le daba al profesor cayó en total desuso u olvido. Se da el caso de que los niños toman a chirigota a tontos, borrachetes, pobres, etcétera. Los niños están muy al tanto de los juicios u opiniones de los mayores, que hacen suyas o propias. No hace mucho que salió en la prensa que unos niños en Galicia se dedicaban a insultar e incluso pegar a ancianitos, que no podían defenderse. Esto, que resulta escandaloso, es la consecuencia del poco aprecio que, en la actualidad, se da a los ancianos, como si no fuesen un cúmulo de saber y experiencia. Se toma a los ancianos como que no valen para nada.

A partir de 1978, cuando surgió la Constitución y se estableció la democracia en España, la sociedad de nuestro país se mostró muy crítica en educación, poniendo en tela de juicio toda la labor de profesores y maestros. Recordemos como dato significativo la implantación de la coeducación en todas las aulas. Surgieron las asociaciones de padres, que daban la impresión de que deseaba cambiar toda la educación, que se venía desarrollando a través de la larga dictadura del franquismo.

Las asociaciones de padres se excedieron en sus atribuciones, pues en muchos colegios se erigieron en auténticos inspectores ninguneando o ignorando la inspección oficial del Estado. En algunos casos trataban los padres a profesores y profesoras como muchachas de servir. Considero que urge delimitar las funciones de las asociaciones de padres para que el profesor no sienta acoso o coerción en su labor y no sienta menguada su autoridad.

En Asturias asistimos a un auténtico galimatías con el empeño de implantar la carrera profesional, siguiendo la línea de que el profesor o profesora no rinden, implantando la competitividad al estilo norteamericano. Sugerimos al respecto al consejero de Educación Iglesias Riopedre que para colmar sus deseos se vaya a Texas (Estados Unidos), se haga sheriff de un condado y deje en paz al Magisterio asturiano.

Hay que cambiar de rumbo dando autoridad ética y social al profesor. En la sociedad franquista era muy fácil imponer la autoridad, dándole un par de cachetes al niño desmandado. El profesor o profesora a partir del nacimiento de la Constitución tuvo que hacer esfuerzos y sacrificios incontables para adaptarse a los nuevos tiempos de una sociedad moderna y democrática que exigía darle una mayor dignidad a los niños. Ese esfuerzo y sacrificio merece, a mi juicio, premiarse, pidiendo para el profesorado el premio Príncipe de Asturias, que en verdad merece y por algo hay que empezar para devolverle una autoridad social perdida.

Juan Castañeira Fernández, Tres Cantos (Madrid)

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