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El bar de Enrique

26 de Abril del 2016 - César Suárez Izquierdo (Oviedo)

Llegados del Occidente de nuestra Asturias, hace cinco docenas de años, Marina y Enrique comienzan su labor hostelera con un pequeño negocio en la avenida de Santander, en la entrañable Vetusta.

Aquel bar de nombre El Retiro, aunque más conocido por La Placa, por su proximidad a la plataforma de giro ferroviaria, era parada y frecuencia de una clientela variopinta que se sentía muy bien albergada por el buen hacer de Marina y Enrique y de aquel chavalín, Manolo, que ya con doce años se subía en una caja de cerveza para alcanzar la barra y atender a algún cliente, que de buen agrado lo aceptaban y algunos lo solicitaban... “Que me atienda Manolín”.

El negocio marchaba gracias a la conjunción de una fórmula, ésa no era otra que la miscibilidad del trabajo continuado y el afán de emprendedores que desarrollaba este matrimonio apreciado y valorado.

Ese carácter emprendedor les llevó a abrir en la llamada por aquel entonces Colonia Astur, en la calle B, el bar Astur, familiarmente conocido como "el bar de Enrique" o mejor Casa Enrique, por el año 1964.

Era un primer día del mes de marzo cuando la familia Álvarez-Rodríguez abrió las puertas del actual bar, que la casuística cronológica ha querido que sea también un primer día de marzo cuando cierre sus puertas, después de algo más de medio siglo. Casa Enrique en poco tiempo ya era referencia destacada en Oviedo por sus vinos, traídos a granel por un camión cisterna que, por medio de una moto bomba, Enrique almacenaba en sus enormes depósitos. Era muy corto el reposo de estos caldos, porque 10.000 litros cubrían la demanda de 30-40 días a lo sumo. Como curiosidad puedo comentar que eran algunos los bares que venían a comprar vino para luego venderlo en sus establecimientos a sus clientes. Debo recordar la buena mano de Marina en su cocina, con unos sabrosísimos callos, unas empanadillas riquísimas con generoso relleno de bonito, cebolla y pimiento, y las patatas que ella freía finamente, cortadas al estilo de las populares bolsas, pero hechas en casa, en Casa Enrique.

Enrique, que más tarde nos dejó, allá por el año 2006, fue la persona que coloquialmente nosotros conocemos con la palabra "paisano".

Enrique fue aquel hombre con el que una palabra tenía más valor que cualquier escrito. Sus virtudes eran claramente apreciadas: seriedad, templanza, cerebro y gran corazón.

El ofrecía apoyo y ayuda a clientes y vecinos sin éstos habérsela solicitado.

Esta familia trabajó más horas que un reloj, desde los cafés y copas de las 7 de la mañana hasta las 11 de la noche, cuando, por aquel entonces, Enrique, con dos o tres palmadas, daba por finalizada la jornada, significando esto que ya no se despachaba ronda alguna.

Ante el cierre de nuestro querido bar, he querido escribir esta carta dentro del marco del aprecio y cariño a esta familia y con mi voluntad de que, llegada la hora de poder descansar, disfruten de la vida durante muchos años.

Enrique, Marina y Manolo, muchas gracias.

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