Opiniones personales
Leo con interés el artículo de la señora Mercedes Fernández publicado en la página 6 del día 10 de este diario. Debo decir que estoy bastante de acuerdo con lo que dice en su discurso de fondo. Entiendo por dónde van sus tiros, por así decir. Y es necesario que aclare que ideológicamente estoy en las antípodas de su autora.
Necesario porque esa distancia me invita a una reflexión, y es que, por alguna razón que los sociólogos del futuro deberán estudiar, vivimos un tiempo en el que se enaltecen las diferencias, se rebuscan y, en cierta manera, se tiende a sentir alergia a compartir criterios o puntos de vista con el contrario. Discrepar es saludable, nos exige una gimnasia mental, pero hacer casus belli por cualquier mentecatez es un despilfarro de recursos que, además, nos está conduciendo a una polarización suicida en casi todos los aspectos de la vida. No me refiero sólo al semblante político. Cualquier discrepancia expresada puede ser objeto de furibundas agresiones, las redes sociales y el confort de su anonimato contribuyen a la propagación de este ambiente. Los debates televisivos, radiofónicos de cualquier temática son un ejemplo visible de lo que está ocurriendo: se valora más la reacción que la reflexión, las adhesiones a los dogmas, el encastillamiento malsano. Tomando prestadas reflexiones de un sociólogo reconocido, yo diría que en la esfera pública se ha abandonado el debate transformándolo en sectaria batalla, con un interés por las partes de desinformar y manipular la realidad para acomodarla a su visión.
Así nos hemos instalado en un espacio en el que para expresarse hay que presentar el pedigrí, la carta de origen, el carné que autorice. La ambigüedad, matizar, los grises entre blanco y negro lo convierten a uno en sospechoso. Cuesta mucho no habitar en esos polos en crecimiento, no se puede reconocer a Messi siendo madridista, no se puede anhelar una república sin que te tilden de antiespañol, no se puede discrepar de un evento feminista sin que a uno le tachen de carcamal o de fascista. Así están las cosas.
Nunca le votaré, señora Fernández, tengo mil millones de razones, pero, más allá de los puntos de encuentro, no veo nada más saludable que la existencia de la diversidad y, sobre todo, de la posibilidad de mostrarla. Dicen que el poder consiste en reducir la información del otro. Por eso, casi sólo por eso, vale la pena que la opinión discrepante siga existiendo. Y no sea motivo de veredicto. Amén.
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