Europa bajo la influencia otomana
Aquella Europa de los mercaderes que creímos desparecida, sigue estando ahí, en el mismo sitio. Calculadora en mano, ha sacado su peor faz. Yo te pago y tú me haces de policía. Si te quedas uno, yo me quedo otro. Esta es la síntesis del reciente acuerdo alcanzado con Turquía sobre los refugiados que llegan a Europa. Lo vergonzoso es que el uno y el otro no son mercancía. Son hombres, mujeres y niños. Son refugiados a lo que la Unión Europea, en un ejercicio de inadmisible desfachatez, califica de "migrantes irregulares", haciendo así un totum revolutum de las distintas categorías de seres humanos que llegan a sus territorios.
Los cientos de miles de ciudadanos de Siria, Afganistán o de otros territorios bajo Alá, que huyen de las guerras en Medio Oriente y vienen como refugiados o inmigrantes a Europa, mayoritariamente pasan por Turquía. Y esos seres que huyen de la guerra, no pueden volver a su país porque su vida está en peligro, pero existe una Convención que les ampara, la del Estatuto de los Refugiados, de 1951. Esta convención les permite ser "solicitantes de asilo", figura que no se contempla en el acuerdo alcanzado con Turquía. Tanto la moralidad como la legalidad del pacto son dudosas y por ello Naciones Unidas ya se ha apresurado a manifestar el temor fundado de que viole la ley internacional.
Igualmente su eficacia está por ver. En lo pactado hay muchos puntos bochornosos. Cuando se establece que por cada sirio readmitido por Turquía desde Grecia los estados de la UE reasentarán a otro sirio desde Turquía, el pacto alude a la nacionalidad de muchos refugiados, pero, ¿qué pasará, por ejemplo, con los que huyen de la violencia en Irak, Afganistán, Somalia, Eritrea, Sudán del Sur, etc?
El proyecto de Unión Europea sufre estrangulamiento por la cerrazón y miopía de algunos de sus estados. Por otra parte, Europa ha perdido la memoria de dónde viene. Los países fundadores de la UE quieren ignorar que en su origen, además de evitar más guerras, como las dos grandes que asolaron el continente, aspiraban a crear una "solicitud de hecho", como establecía la Declaración Schuman en 1950. Los nuevos miembros parece que han borrado de su memoria que hace más de 30 años vivían bajo regímenes dictatoriales y que la Europa que ahora desestiman les abrió los brazos.
Acojamos pues como se merecen a esas pobres familias que tanta ayuda precisan, sean niños, mujeres u hombres, para hacerles la vida más llevadera. Porque además, no lo olvidemos, es nuestra obligación moral
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