Todos tenemos un pasado
Heredado o no, construido a base de alegrías o de penas o de ambas cosas a la vez, que nos ha dejado huella para bien o para mal. Del que nos sentimos orgullosos o del que nos avergonzamos. Del que nos gusta hablar o del que preferimos callar. Que nos ha enseñado, que nos ha marcado, que sigue presente de alguna manera en nuestro hoy, e incluso que hemos transmitido a nuestra siguiente generación. Cambiarlo es imposible. Aprender de él es lo más inteligente que podemos hacer. Que nos saque una sonrisa lo bueno que en él hubo y que consigamos que no nos amargue lo que de malo tuvo. Un pasado en el que nosotros hemos sido unos protagonistas que, ahora, a vista de tiempo, hubiéramos podido vivir de tan diferente manera. Olvidarlo no es una buena táctica.
A veces surge imprevistamente algo de él que nos vuelca el corazón, que nos hace volver a algo que no quisiéramos tener que volver a vivir, en ese pasado, en alguna situación que hemos vivido y en la que nos consideramos víctimas de algún suceso, de algunas personas, en las que lo fuimos objetivamente para nosotros. Pues bien, cuando en esas situaciones esperábamos apoyo, comprensión y solidaridad de palabras y hechos de alguien, y ese alguien nos decepcionó, eso puede que sea de los mayores aprendizajes de esta vida. No todos respondemos igual, no todos vemos el mismo hecho de la misma manera, todos decepcionamos alguna vez. Ponerse en el lugar del otro sigue siendo la mejor manera de intentar comprender. Esa respuesta va unida simbióticamente a la manera de ser de cada uno.
El apasionado, el que siempre sale a partirse la cara por los demás, el cerebro, el conmigo o contra mí, el que prefiere estar a bien con todos, el que es de los que lo que le hacen a uno de los míos me lo hacen a mí, el vengativo, el perdonavidas, el yo no me meto, el indiferente, el de a saber qué hay de verdad en todo esto.
Puede que sea esta manera la más eficaz de elección natural de compañeros de viaje a partir de ese momento. Y esa selección natural se hace de una forma dolorosa a veces y, en cambio, otras es liberadora. Y no es exclusividad del pasado. En el hoy y el ahora, y en el mañana.
¿A quién no le ha pasado?, el esperar una reacción en alguien, por algo que a ti te ha dolido, contra alguien que a ti te ha hecho daño, y encontrarte con una pequeña traición, por llamarlo de alguna manera. En caliente y de frente, haces un paquete en el que entran todos ésos y los mandas definitivamente lejos de tu vida, y entran en tu esfera de indiferentes. En frío, con tiempo y distancia, puede que también.
Yo soy más del grupo de los de ¿que éste te ha hecho esto? Espera, que cuatro cositas le voy a decir. O también de borrarlo directamente de mi vida, aunque yo, si tengo oportunidad, mejor le suelto lo que pienso, me quedo más a gusto.
Los amigos de mis enemigos parece que ya no me hacen tanta gracia como antes, y los enemigos de mis amigos pasan a serlo míos también. Por resumir, lo malo es cuando tú también esperas eso de los demás hacia ti y no lo encuentras.
No sé si me explico.
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