Goodbye, Rajoy

15 de Marzo del 2016 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Que Rajoy tiene que dar un paso atrás, como condición "sine qua non" para que el PP pueda tener la oportunidad de pactar con otras fuerzas políticas la gobernabilidad de España, no es sólo un clamor silencioso inventado por el expresidente de Murcia, señor Garre, sino una realidad incuestionable al alcance de cuantos quieran ver y entender la delicada situación política presente, sin estar sujetos a las ataduras que impone una organización absurdamente empecinada en mantener a un líder gastado y cuestionado que, además de otras muchas razones, ha perdido todo el lustre con el que llegó a la presidencia del Gobierno en la última legislatura. Liberar al PP del lastre que actualmente está suponiendo su presencia en la organización no sólo es necesario para intentar una solución que pudiera impedir la vuelta a las urnas, sino imprescindible para el caso en que, de llegar a repetir los comicios, pudieran tener la opción de mejorar sus últimos resultados. Si la actual cúpula del PP se empeña en seguir apostando por el mismo caballo, no hay duda de que estarán condenados a perder la carrera y, lo que sería más grave, a someter al conjunto de la nación al riesgo de que el PSOE, llevado por la irrefrenable y ciega ambición de su actual secretario general, señor Sánchez, termine por entregar el control del Gobierno a una fuerza política populista, extremista y sectaria, cuajada de resentimiento y revanchismo, sin ideología política definida, pero con un objetivo claro: dinamitar el orden establecido para romper todas las estructuras que sostienen el Estado democrático. Impedir tamaño desatino es, aquí y ahora, la principal responsabilidad política del PP, la que la mayoría de los ciudadanos esperamos que ejerza con la vista puesta en los intereses generales de la nación, actuando con la prudencia, generosidad y sentido de Estado que la situación requiere. Si no lo entendiera de esta manera, estaría defraudando la confianza de todos sus seguidores y simpatizantes e hipotecando, de forma muy arriesgada, su propio futuro.

La política y, por ende, los políticos siempre tendrán que estar al servicio del país. Lo contrario sería la sublimación de la perversión. Por tal razón, cuando un político pierde el sentido de la orientación de su actuación, cualesquiera que hayan sido sus méritos pasados, está enviando una señal inequívoca de que le ha llegado la hora del retiro. Sería el último y más importante servicio que podría rendir a la sociedad que lo ha elegido, antes de que ésta le imponga, como justo castigo, la jubilación forzosa.

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