«Prestige II»
Más ilustrativa que cómica me pareció la intención del autor del chascarrillo gráfico que ese periódico de su digna y acertada dirección publicó el pasado día 17 con el ánimo habitual de despertar la hilaridad o provocar la carcajada, objetivo éste alcanzado, sin duda, en más de una ocasión.
La escena la componía un enorme petrolero entrando en la ensenada de un puerto en el que se dejaba oír un mensaje, supuestamente emitido por la torre de control del aeródromo de Ranón –¿qué otro aeropuerto podría ser aquel que en la breve apoyatura del texto de la viñeta hace halagos de un hipotético fondeadero en el puerto de Gijón visionándolo como un filantrópico y ocasional refugio de «Prestiges»?
Hasta ahí los argumentos expresados en el dibujo pudieran ser suficientes para dejar la representación de la escena en un pretendido gracejo sin más trascendencia. Pero es que el autor dice mucho más; el autor pone nombre al petrolero con la inscripción, en su popa fuera borda, del nombre «Prestige II», que, mire usted por donde, es el nombre que el autor de esta carta puso como título a su novela (editada en noviembre de 2002 por Ariadna). De dicha circunstancia es deducible que los humoristas del ingenioso dibujo, habiendo leído mi novela, desearan advertir a las autoridades y público en general de las graves consecuencias que pueden derivarse de un buque igual o parecido a aquel respecto al cual el autor de la novela había puesto al descubierto, ya antes del hundimiento del «Prestige I» (valga la paráfrasis), cuáles eran las causas de la trama y el desenlace de la misma: ... «aquel lunes 18-11-2002, a las 10.00 horas, con el petrolero a prudente distancia para no sufrir los efectos directos e inmediatos de una explosión nuclear de la potencia referida por los GR (sic), se dispuso que efectivos de la Armada de Guerra aborden el buque para revisar las instalaciones en las que pudiera hallarse, plegada, la rampa de lanzamiento y ver la posibilidad de desactivación de la bomba... A tal efecto la fragata ‘‘Canarias’’ se dirigió hacia el petrolero, pero, tras una comunicación anónima captada por el radiotelegrafista que la transmite al capitán, éste elude de inmediato el cumplimiento de las órdenes recibidas pidiendo que las mismas se le den por escrito. Sin ninguna explicación, la orden quedó inmediatamente cancelada.
Y fue el martes 19-11-2002, a las 7.00 horas, cuando, por el este del horizonte, un tenue resplandor, contrastando con la oscuridad gris en un cielo encapotado, anunciaba el advenimiento de un lento y perezoso amanecer y el silencio aparecía tan sólo turbado por el movimiento de olas gigantescas, de repente, como si de un trueno apagado se tratara o que de un rayo mal nacido fuera interrumpida su sonoridad, un ensordecedor chasquido, semejante a una descomunal estaca que se rompe, discurrió por la superficie de las aguas y se perdió entre la espuma de las olas. En ese momento el ‘‘Prestige II’’, textualmente montado, de proa a popa, sobre sendas montañas de agua salada, se partió literalmente en dos por la parte en la que la reforma realizada en su estructura lo había debilitado. Seis horas más tarde, sus restos, como los de una bestia maldita agonizante, se desprenden definitivamente del remolcador chino ‘‘Dien-chu’’, que como ave carroñera se había acercado en busca de despojos, son llevados mar abajo por las huestes de Poseidón en donde reposan ahora, acunados por las olas sin rompiente, a 3.500 metros de profundidad y 240 kilómetros de la Costa de la Muerte. Nunca más volvería a navegar».
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