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De Candamo a Macondo

15 de Marzo del 2016 - Francisco Fernández Marqués (Gijón)

Caminaba por la plaza de La Habana, en Gijón, con la despreocupada parsimonia de un presidente de Gobierno en funciones, cuando lo vi: El Café de Macondo. Lector agradecido de Gabriel García Márquez, de pronto me sentí como un Ulises renovado, tentado por melodiosos cantos de sirenas posmodernas y náufrago irremediable sin mástil al que sujetarme. Fui hasta el café.

A la entrada, la mágica realidad (estábamos en Macondo) me asaltó con unas mariposas que sobrevolaban una colección de pequeñas esculturas. En el interior, unas pinturas decoraban la espera de una presentación de libros. Tras el mostrador, la amabilidad repartía opas, cálices de una ceremonia laica teñida de escepticismo. En definitiva, "un lugar limpio y bien iluminado" que, con seguridad, hubiese sido del agrado de Hemingway, quien, como sabemos, forma, junto a William Faulkner, la pareja de maestros reconocidos del autor de "Cien años de soledad", el uno, con sus relatos contenidos y elípticos, dejando a cargo del lector el descubrimiento de la parte sumergida del iceberg, y el otro, con sus personajes atormentados y erráticos, dentro de una prosa bíblica y torrencial.

La vida, ese absurdo pedaleo sobre una bicicleta estática, se prodiga en azares caprichosos. Al salir de El Café de Macondo caí en la cuenta de que el nombre que Gabo dio en poner al mítico escenario de sus historias imperecederas compartía casi todas sus letras con Candamo, como si uno se quisiera anagrama del otro. ¿Era una casualidad que, tras años de existencia feliz en el concejo candamín, yo iniciase una nueva vida en Gijón encontrándome con Macondo?

Tal vez, como dice el maestro Borges, "casualidad" sea el nombre que damos a aquello cuyas causas ignoramos, que la casualidad sea tan sólo el desconocimiento de la casualidad. Por mi parte, instalado en la confortable ignorancia, sospecho que Candamo –un espacio luminoso y acogedor, con hondo sabor prehistórico, aromado de fresa y habitado por buenas gentes de corazón generoso– ha sido ese discreto timonel que ha llevado mis pasos de pescador de sueños en un mar de dudas, de un paraíso a otro: de Candamo a Gijón, de Candamo a Macondo.

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