La mochila
Un hombre salía hoy de un local social en Xixón con una pesada mochila a hombros.
Quienes le observaban, preparando acciones de apoyo a las personas refugiadas, contuvieron un tiempo el aliento y la palabra enmudeció. ¿Sabéis lo que ese hombre lleva en su fatigoso lastre? Son papeles, ¿no? Sí, son papeles. Todo el expediente de la investigación del asesinato de su hijo. Se lo acaba de traer de Bogotá una reciente delegación asturiana.
Su hijo, sobre la espalda. Un crimen que le cambió la vida para siempre. Tenía 15 años y la Policía le propinó golpes ininterrumpidos hasta romperle la vida, que se le escaparía tras 6 días de agonía. Era un primero de mayo. Era una marcha de los trabajadores en la capital colombiana. Ahora la Carrera Séptima tiene la placa de memoria del crimen, y, cada cierto tiempo, su nombre, Nicolás, se multiplica en las paredes. Pero los culpables, los asesinos, están sueltos.
Y cientos y miles de folios judiciales han pasado por diversas manos, y diferentes fiscales han ido dejando sin realizar su trabajo, en tanto uno de los generales ha dejado el mando y ha cobrado por asesorar a otros presidentes en México, y otro de los generales policiales ha dimitido, acusado de perpetrar... una red de prostitución masculina.
Y el crimen de Nico, impune. Y la red contra la brutalidad policial se ha acrecentado con otros casos de jóvenes apaleados y asesinados, junto a otras personas indígenas, campesinas, bestialmente maltratados por sistema.
Un hombre, en la ciudad de Xixón, carga muchos kilos de papeles en su espalda. La mochila pertenece físicamente a un letrado laboral de prestigio que recién llegaba de Colombia, donde se está hablando de paz en medio de la brutalidad y los asesinatos de líderes sociales.
¿Será que es posible la paz sin resolver los crímenes, abundantes, cometidos por la fuerza pública contra los retoños y contra los adultos que aspiran a detener la arbitrariedad de la desigualdad obscena, protegida por uniformes ensangrentados?
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