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Madrid / Plaza Mayor

22 de Marzo del 2016 - Marcelo Noboa Fiallo (Gijon)

El deporte en general y el fútbol en particular ennoblecen al ser humano, entre otras cosas, porque nos transmite esfuerzo, disciplina, capacidad de lucha, compañerismo, emociones, alegría al menos eso es lo que yo he vivido cuando lo practicaba y lo vivo ahora que lo disfruto como un aficionado más.

Desgraciadamente y con demasiada frecuencia la noticia no es el análisis de un evento, sino los destrozos y las escenas de pánico producidas por aquellos que se llaman hinchas de algún equipo y que no son más que descerebrados que toman el deporte como un pretexto para dar rienda suelta a sus bajas pasiones y sacar lo peor de sí mismos. Nos habíamos acostumbrado a estas impresentables escenas que no han ido a más, gracias al despliegue de las fuerzas de seguridad en los campos de fútbol, pero a lo que no estábamos acostumbrados es a lo que últimamente estamos viviendo en algunas ciudades: La degradación del ser humano. Contemplar las escenas ocurridas hace unos días en la Plaza Mayor de Madrid, protagonizadas por unos hinchas holandeses, burlándose de unas pobres mendigas rumanas, hasta obligarlas hacer ejercicios vejatorios a cambio de tirarlas monedas al suelo como si de monos de feria se trataran, denigrándolas, quemando billetes en su cara para reírse de su impotencia y de su miseria, hace que uno se avergüence de pertenecer a la raza humana.

Discrepo de algunos comentarios que se han hecho al respecto, situando a los actores de estos miserables actos, en el ámbito de grupos neonazis; me inclino a pensar, por el contrario, que estos sujetos al volver a su país se comportaran como esposos ejemplares, amantes de sus hijos y hasta vecinos respetuosos, pero que a la hora de votar, votan por Geert Wilders, líder del partido xenófobo holandés que crece elección tras elección como la espuma, al igual que lo hacen en Francia, Bélgica, Polonia, Hungría, Finlandia, Greciacuyos gobiernos acaban de firmar el pacto de la vergüenza por el que de facto cierran las fronteras de Europa a los refugiados que huyen del horror de la guerra de Siria. Grecia (paradojas de la vida) con un gobierno de izquierdas (Syriza) será el gendarme de Europa y Turquía la empresa encargada de la externalización del negocio a cambio de 6.000 millones de euros y la promesa de agilizar los trámites para su ingreso en el club de los 28.

Poco importa que el gobierno turco, persiga a periodistas, no respete los derechos humanos, masacre a la minoría kurda, poco importa que el autoritarismo de su presidente, haya convertido a todo adversario político en enemigo público. El Consejo de Europa y el Parlamento Europeo son conocedores de la deriva autoritaria de Erdogan pero prefieren mirar hacia otro lado, haciendo suyo el principio chino, gato negro, gato blanco, qué más da, lo importante es que cace ratones

El pacto de la vergüenza va en contra de la Convención de Ginebra, en contra de los Acuerdos de Nueva York que mandata a los estados miembros acoger a todo demandante de asilo; va en contra de los Acuerdos de Dublín que obliga a los estados a facilitar a los demandantes de asilo a quedarse en el país donde se ha presentado su demanda, hasta que ésta se resuelva; va en contra de la propia Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea que, entre otras cosas, prohíbe las expulsiones colectivas.

Mientras tanto, todos los días nos despertamos contando los muertos que se recogen en el mare-mortum, más de 10.000 niños deambulan por las fronteras de la vergüenza donde las mafias acechan como cuervos.

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