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El aborto no es la respuesta

27 de Octubre del 2009 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

En los seres sexuados, en el mismo instante en que aparece el embrión al ser fecundado un óvulo, comienza un proceso vital bioquímico que termina con su muerte. Son, precisamente, los seres sexuados los únicos que tienen programada su diferenciación individual y su muerte. Diríamos que nacen con fecha de caducidad. Sin embargo es tal la competitividad depredadora de estos seres entre sí, que son tan sólo unos pocos los que alcanzan la fecha de caducidad y se mueren a tiempo. También es cierto que la salud (el tratamiento de esa enfermedad llamada vida de la que nadie sale vivo) aún no ha alcanzado tan alto grado de efectividad como para garantizar la calidad vital hasta alcanzar tal fecha de caducidad. La realidad es que la mayoría de los seres ve truncado su proceso vital con anterioridad por circunstancias o causas que no son tan naturales. Puede que sea un derecho de supervivencia el truncar la vida de uno de estos seres para absorber su energía y alimentarse de él. Pero, al menos, el depredador debería tener algún pensamiento positivo de consideración hacia la presa: su victima. De suyo me hago la siguiente pregunta: ¿hasta que punto está bien que un mamífero mate a otro mamífero para alimentarse de él? ¿Podemos disponer de la vida de nuestros parientes más próximos?

En este contexto de competitividad y depredación: ¿Se debe proteger el proceso vital del ser humano para que pueda alcanzar su madurez y así acercarse lo más posible a su fecha de caducidad sin que ninguna circunstancia lo trunque? O, por el contrario, el depredador humano más cualificado puede, dada su preponderancia, tomar el control de la vida y legalizar circunstancias para abortar el proceso. Si esto último ocurre, es de una consecuencia inmediata el que se considere acotado el derecho de su protección. Existiendo un límite legal inferior (antes del cual se puede truncar el proceso vital) y otro superior (después del cual también se puede truncar el proceso antes de alcanzar la fecha natural de la muerte). Esto es así porque, en el mismo momento que se establece la posibilidad inferior de desproteger el proceso, éste se ha acotado. Pues si el tiempo de protección tiene un principio, se está aceptando un limite superior de igual característica como término, coincida o no con el límite natural.

Acepto mi baja moralidad al reconocer que soy capaz de jugarme la vida y matar por la libertad de otros. No debería ser así, pues el matar nunca esta justificado, pero como ya he dicho, acepto la posibilidad de enfrentarme, incluso armado, a un opresor en defensa de la libertad de su víctima, jugándome la vida (lo menos posible claro está) para detenerle; y, si se le ocurre amenazar mi vida..., lo siento, seré capaz de matarle instintivamente en defensa de mi propia existencia, eso si tuviese tal posibilidad. Éste sería un acto reprobable por el que debería aceptar mis responsabilidades. Pues, desde que en el mundo existen escritos y códigos, tal hecho sólo está permitido si así lo determinan los jueces. Claro que los jueces son tan sólo meros lectores de los escritores de las leyes. Y ahí está el autentico problema, en nosotros y en el totalitarismo que somos capaces de engendrar.

Maticemos algunos conceptos: ¿Qué es libertad? Aquella que da la posibilidad de existencia al distinto, al próximo, permitiéndole ser y actuar e interactuar con los demás y con uno mismo. No es algo propio, es algo que, sacrificadamente, se da a los demás. Y, de esa forma, por lo que los demás me dan, yo soy libre. ¿Qué es totalitarismo? Una ideología, un modelo de pensamiento que surge, en ocasiones, cuando un colectivo que se siente oprimido reacciona egocéntricamente movilizando a las masas para exigir que la molesta opresión desaparezca. Esto hace que aparezca una masa importante que, si no se adhieren al carro del gran manipulador, al menos lo consiente (así ocurrió con Hitler en una Alemania oprimida y deprimida), y, en ese desboque como respuesta a la supuesta, o no, defensa de su libertad, exigen sacrificar la vida de los opresores y masas fanáticas dispuestas a llevar a cabo tal ejecución. Y, aunque sólo sea a modo de preparación sicológica (o simple locura), determinan que, en defensa de su peculiar raza, otra raza puede ser la culpable, e incluso también los más débiles e inocentes son culpables, o los improductivos. Y así alcanzan su endiosado y diabólico propósito: el control del proceso vital de los demás; ser sus amos y señores (o señoras).

¡No! Decididamente no. La vida de cualquier inocente que no amenaza a nadie no es la respuesta, ni tan poco lo será el facilitar la eliminación de la carga de cualquier ser que haya devenido en improductivo, molesto o costoso. Y, si hubiese el pretendido conflicto de intereses sobre la libertad. La sociedad, la ciencia, el progreso... Deberán luchar, primero por que no aparezca tal conflicto y después, al menos, por el juicio salomónico de separar los conflictos y luchar decididamente por la vida de todos , ¡a cualquier precio y coste!, y resolver, en la medida de lo posible (aunque existan riesgos), dicho conflicto de intereses de forma positiva. Lo que no se puede hacer, es decidir abortar los derechos de la parte más débil: física, social, política y electoralmente. Porque eso, soy de la opinión de que entra dentro del totalitarismo, de la banalidad del mal, y de la utilización de las masas por el poder y del poder de las masas.

P.S.: Es más, la Humanidad existe porque unas hembras primates empezaron a parir criaturas mal formadas, incapaces y sin pelo: fetos. Las que cogieron en brazos a las criaturas, y tuvieron que ponerse de pies, fueron hembras del homo antecesor: nuestras abuelas. Las que no, las que arrojaron el feto en aras de su libertad y se colgaron de los árboles a cuatro manos de nuevo, son las antepasadas de nuestros primos los chimpancés. El progreso es eso (respetando al máximo la vida): ¡la lucha por la progenie!

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