Compartir en la Unión
Aún no hay un dato oficial de víctimas, creen que unas treinta y cuatro. Son las 15.50 horas. Los tuits se agolpan llenando de información mi TL. Recibo mensajes de buenos amigos que están en Bruselas y se encuentran a salvo. Un alivio. Son varios los que tengo allí. Las fotos de perfil comienzan a cambiarse por lazos negros, banderas de Bélgica y “Je suix Bruxelles”. Los datos no son claros pero columbran un ataque terrorista, suicida, coordinado en varios puntos de la ciudad. La cadencia de los hechos se hace extrañamente conocida. El terror ataca de nuevo el corazón de Europa, la barbarie nos golpea otra vez. Desgraciadamente, no hace mucho tiempo que reflexionábamos después de otro atentado en París: somos rehenes en nuestra propia casa, emboscados en nuestras ciudades.
Subtítulo: El valor de los servicios de inteligencia
Este nuevo atentado evidencia cosas que quizá ya sabemos –y nos hemos repetido varias veces– pero que nos resistimos a asumir. Primero, el modelo multicultural y de integración en Europa ha fallado estrepitosamente y tiene una consecuencia impensable años atrás: una guerra de guerrillas contra la población civil en el corazón de nuestro continente. Segundo, estamos ante una amenaza real, perdurable y global cuyo fin es destruirnos; bien haciéndonos desaparecer como cultura, bien asfixiándonos con el yugo constante del miedo; aniquilarnos, de cualquier modo. Nadie está exento de sufrir un atentado, están aquí. Tercero, parece que los sistemas de información belgas son deficitarios y no cumplen las expectativas.
Comenzando por el final, ¿qué ha ocurrido en Bélgica?, ¿qué ha fallado en un país en alerta máxima? Algunos expertos hablan de un defecto en los servicios de Inteligencia. Unos servicios valiosísimos, indispensables, vitales en estas condiciones. Si fallan estamos sordos y ciegos. Y así ha sido. Desconozco el motivo y si la aseveración es correcta, pero me lleva a pensar lo positivo de crear una estructura transnacional de inteligencia dentro de la Unión. Una estructura que compartiese información -capital en estos asuntos- y efectivos; vivir en comunidad implica colaborar, ceder y compartir. Respetando el intocable principio de subsidiaridad, los países de la Unión ganaríamos en seguridad dentro de nuestras fronteras para, así, dedicarnos a construir un nuevo modelo de convivencia que no nazca fallido y a luchar contra los desalmados del DAESH.
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