Por unas monedas

23 de Marzo del 2016 - Fernando Martínez Álvarez (Grado)

Ileana nació en Beidaud, un lugar al sureste de Rumanía, en el que intentó malvivir del campo, con la miseria rondándole; siempre presente en un pueblo de poco más de mil quinientos habitantes.

Un vecino le ofreció un billete para viajar y tener un buen trabajo en España.

Sin pensar mucho a dónde iba, más bien de dónde escapaba, se metió cuarenta y ocho horas de autobús, en un viaje incómodo de breves momentos dormitando sobre un altillo.

Ya aquí, a las siete de la mañana debe ponerse en movimiento. Desde El Gallinero, un poblado de chabolas a doce kilómetros del centro de Madrid, la llevan en una furgoneta con Fatmia, Sevian y algunas más a las cercanías de la plaza de España.

Hasta las siete y media de la tarde su sola preocupación y ocupación será pedir, mendigar, conseguir monedas; tantas como pueda y cuanto más gordas mejor.

Unos aficionados al fútbol, extranjeros, rubios y de piel blanca, tan distintos a ellas, les piden que bailen y hagan gimnasia. Les tiran muchas monedas mientras se ríen.

Ileana está muy contenta. En sólo un rato ha ganado diez veces más que en todo un día. Su dignidad como persona no se siente dañada, en absoluto.

Aparece entonces un señor, de aspecto aseado y pulcro, que afea a los aficionados holandeses su actitud, censurándoles con voces y gestos su grotesco comportamiento. Y dirigiéndose entonces a las rumanas saca de su bolso unas monedas y las reparte, con dadivosa conmiseración, entre las manos ansiosas. Se establece a sí mismo, ante todos, como un ejemplo viviente de cómo se deben hacer las cosas, cuáles son las formas adecuadas para procurar limosna a esas pobres desgraciadas.

Dándose por cumplido con su buena acción continúa su camino, bien digno, con la mirada al frente y el mentón alto.

Por otra parte, el Gobierno, muy preocupado por el impacto mediático de esos hechos, va a articular las medidas correspondientes para que, después de una labor policial plenamente coordinada y colaborativa con el país de los tulipanes, se proceda a la identificación de los individuos implicados y a la exigencia de las responsabilidades a que hubiera lugar.

Entre tanto, al ocaso, Ileana se complace con el descanso, sobre el suelo de tierra de la chabola de tablas y chapas. Y disfruta también de su cena, hoy un trozo de pan y dos sardinas de lata. Igual que ayer y seguramente también igual que mañana.

Pero está tranquila en su modesta felicidad. Esta inmunizada para la violencia racista de unos, protegida del papanatismo humanitario y autocomplaciente de otros. Tampoco siente esa preocupación insincera de los estamentos gobernantes por el respeto a la dignidad humana (casi siempre solamente televisiva), que a ella no le proporcionará las monedas que va a necesitar para sobrevivir a mañana.

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